miércoles, 20 de noviembre de 2013

Las pequeñas tragedias cotidianas


Ya desde la mañana la espalda me había estado pasando avisitos, pero esta tarde, en casa, cuando me levanté de la computadora para traerme una taza de café, mi espalda y mi cuello dijeron “Basta”, y me dejaron ahí, doblado al lado de la mesa. “Tortícolis”, pensé. Ufa. Me enderecé lentamente, respirando profundamente, hice unos muy, muy, muy cuidadosos estiramientos y me dirigí al baño, a buscar un *** flex (Sí, ese, exactamente, pero no pienso dar el nombre a menos que la farmacéutica me pague por la publicidad). No había flex, había común, pero me lo tomé igual porque no me relajaría mucho, pero al menos, pensé,  calmaría el dolor. Le mandé un sms a Martín, que estaba por volver a casa del trabajo: “Me dio tortícolis. Comprá *** flex”. Martín me contestó “¿Tortícolis? Nooo, qué embole…”. Y eso fue todo. Me senté en el sillón a esperar que el *** hiciera algo de  efecto, y a esperar a Martín con el *** flex. Prendí la tele y me enteré de que la Ghidone le puso los puntos sobre las íes a la Xipolitakis. Parece que la Xipolitakis, cada vez que ve a la Ghidone o alguien menciona a la Ghidone, se agarra una teta y resulta que la Ghidone, con todo derecho, se cansó de eso. A la luz de las cosas que se decían, creo que la Ghidone puso puntos sobre las íes, las jotas, y de paso puso diéresis, tildes, de todo puso, y tan bien lo hizo que hasta le partió una uña y todo a la otra. Tremendo. Ahí estaba yo, duro en el sillón, tratando de entender qué era eso de la teta y masajeándome la zona dolorida del cuello, cuando llegó Martín. No había comprado el ***flex porque cuando leyó el sms entendió “compré” en vez de “comprá”. Estaba entrando al super a por maní y cerveza para ver el partido (nosotros siempre vemos el partido con maní y cerveza) y, en el apuro, leyó mal. Qué le vamos a hacer. Decidí comprar el ***flex al bajar del ómnibus, camino a la Escuela. Como todos los miércoles, tenía que llevarle la mochila a Emilia. La mochila no sólo es rosada, sino que además hoy estaba pesadísima, así que al levantarla casi me doblo de dolor pero, haciendo gala de un estoicismo mayúsculo, salí rumbo a la parada. Cuando llegó el ómnibus, al intentar subirme usando para ello la pierna derecha, se me trancó todo de nuevo, cuello y espalda. El conductor me miró con curiosidad. Se dio cuenta de mi mueca de dolor, supongo, porque me preguntó “¿está todo bien, flaco?” (Al menos me dijo flaco. Casi paralítico pero flaco) Le dije que sí, cambié de piernas lo más grácilmente que pude y subí al ómnibus. El conductor me seguía mirando, ya no sé si porque casi me desparramo allí mismo o por la mochila rosa, pero hice como que no me daba cuenta de nada y me dirigí al guarda. Pagué el boleto. Cuando voy a sacar el boleto del expendedor, veo que hay dos boletos esperando a ser retirados. Alguien se había olvidado del suyo. No lo pensé y agarré uno de los dos, sin fijarme cuál, y me dirigí al fondo, donde había un asiento. Como no podía girar el cuello, me senté medio de costado para poder ver por la ventana. Minutos después, cuando ya estaba en la puerta esperando para bajarme, se me ocurrió fijarme en el boleto. Era un boleto de jubilado, así que la persona que no había recogido su boleto era, obviamente, un jubilado. Tengo una amiga que dice que los boletos son unos oráculos poco menos que infalibles. Sí. Ella suma todos los números y, según lo que le dé, sabe cómo va a estar el día, la noche, la vida, lo que sea. Pero yo no necesitaba sumar nada, porque allí estaba todo el asunto, expuesto para que yo lo viera: mi futuro era el de un jubilado artrósico. Al borde del brote psicótico de tanta angustia que me dio ese avizorar mi destino trágico, me bajé del ómnibus, entré a la farmacia y, un poco balbuceante, pedí el bendito ***flex. La chica me miró con extrañeza, igual que el conductor, ya fuera por la mochila rosa o por el acendrado patetismo que con toda seguridad destilaba mi cara y, con gesto conmiserativo (casi rompo en llanto ahí mismo), me tendió el ***flex. Llegué a la Escuela, marqué tarjeta, dejé la mochila de Emilia en secretaría, fui a la cocina y me tomé la pastilla. Inmediatamente se me ocurrió (si, después de tomarlo, seré idiota), que ya me había tomado un *** y ahora me acababa de tomar un *** flex, así que, con toda seguridad, yo debía estar al borde de la intoxicación por ibuprofeno. Le di un empujón a Anselmo, me apropié de su computadora y le pregunté todo al Sr. Google. Parece ser que 800 mg de ibuprofeno no califican para sobredosis, pero igual te puede dar un buen ataque de “nistagmo”. Así como leés: nistagmo. Es una cosa horrible, un movimiento involuntario de los ojos, ya sea de costado, vertical, rotatorio o una combinación de todo. Tanto se te sube y se te baja el ojo como se te pone a girar cual trompo,  ¡y uno no puede hacer nada para frenarlo! ¡Nada! Yo me imagino con el cuerpo duro y los ojos revoleando para todos lados sin control y pienso que debería ir y encerrarme en uno de los baños antes de que eso suceda. Pero no puedo: tengo ochocientas cosas para hacer. Mierda. Y lo que no sé es si uno puede ver el partido con nistagmo. Terminarás mareado, digo yo, entre la rebeldía del ojo y el movimiento de la pelota. En fin... Una tragedia, decime si no.

2 comentarios:

  1. Y si, una tragedia, que al menos te la tomas con humor y haces reír a los demás, jajajaja !!! Pronta recuperación, no hay nada como el ***flex, un par de dosis y quedas como nuevo, el nistagmo es lo de menos, lo importante es volver a quedar todo flojo !

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  2. Gracias! La contractura está mejor y por suerte zafé del nistagmo! Al menos por ahora!

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