El otro día, bah,
ayer mismo, con estos primeros fríos, en cierto momento nos dimos cuenta con Martín
de que estábamos los dos de bufanda adentro de la casa y que Miranda se las
había ingeniado para meterse debajo del forro del sofá, así que asumimos que ya
había pasado la primavera errática o más que generoso otoño de
los últimos tiempos y que ya era hora de pedir la garrafa para la estufa, así
que lo hicimos. Estábamos, ayer, en un día Handel, se ve que el frío nos
había pegado por ahí, y habíamos puesto un compilado de arias del
susodicho en la voz maravillosa de Sandrine Piau, cuando nos tocaron el timbre:
el gas. Sandrine, en ese momento, se despachaba con el “Rejoice greatly”, de “El
Mesías”. Abrí la puerta. Allí, en el palier,
estaba el señor del gas con la garrafa.
–Buenas noches- le
dije. –Buenas noches- respondió. Era un hombre grande, de edad y de
tamaño.
-¿Estaba abierto abajo?-
le pregunté, por pura cortesía. –Estaba- respondió – por eso subí sin llamar. ¿Debería
haber llamado? Disculpe.
–No, no, está bien.
Un trámite menos – dije yo. Y entonces el señor de las garrafas inclinó la
cabeza, sorprendido, y dijo:
-Ah. Handel. Qué
afortunado.- Sí, así como les cuento. Y siguió:
-Terminar así el día hace
que todo valga la pena.- Yo lo miré, seguro de que aquello era un sueño, un
desliz de mi cabeza, un chichoneo con la dimensión desconocida.
-Canta bien. ¿Quién
es?- preguntó.
-Sandrine Piau –
respondí, con los ojos a punto de salir disparados de sus órbitas.
-¿La francesa?-
preguntó él.
- Esa misma- le dije,
al borde del desconcierto más absoluto.
-Es buena ella, ¿eh?
Qué lo tiró…- dijo, mientras Sandrine desgranaba agilidades y fiorituras.
-¡Si será!- asentí.
-¡Ah! ¡El Mesías!
¡Qué obra! Pero,-continuó- tengo el oído acostumbrado a la versión de
Colin Davis, el inglés. ¿lo conoce? En Oratorio, en Handel, no sé, siempre me han gustado
más los ingleses, cantantes y directores. Heather Harper cantaba esta aria como
nadie.
Yo lo miré,
parpadeando, extrañadísimo y en una confusión de sentimientos: no sabía si
abrazarlo, aplaudirlo, pagarle los 480 pesos de la garrafa o todo junto. Claro,
uno jamás espera disertaciones acerca del estilo barroco en los señores de las
garrafas. Pero como lo miré así, extrañadísimo, él se sintió en la obligación
de decir, un poco avergonzado, como si hubiera metido la pata:
-Ya sé que Heather
Harper es irlandesa, pero, bueno, usted me entiende, el Imperio Británico y
todo eso…
Yo estaba al borde
del desmayo. Martín, que había escuchado
todo, se acercó para verle la cara al tipo mientras Miranda maullaba con
desaprobación desde abajo del forro del sofá. Ella es de los directores más
modernos, onda Emanuelle Haïm o Christophe Rousset. (Sí, mi gata es muy culta).
En fin…
- No, claro, claro, lo
entiendo- contesté- A mí me gustaba mucho esa versión. Me sigue gustando.
-Tiene una cosa tan austera,
¿verdad? Tan inglesa…. Y en esa austeridad, tanta emoción… Menos es más… Es que
estoy viejo- dijo- Cuando uno se acostumbra a algo, es difícil cambiar de
opinión. Todos los 24 de diciembre escucho El Mesías dirigido por Davis. Es una
tradición. Y la Misa Criolla cantada por Mercedes Sosa.
Yo, estupefacto como
estaba, no sabía muy bien qué decir, pero Martín salió del paso con un
elegantísimo
–Es que la Misa Criolla ganó mucho en la voz de La Negra.
-¿Verdad que sí?- preguntó
él, emocionado.
-Absolutamente- dijo
Martín, y Miranda estuvo de acuerdo. Cada vez que uno pone un disco de Mercedes
Sosa, va y se sienta arriba del parlante. Igual que cuando uno pone un disco de
la Callas. En eso, Miranda es una gata de gustos amplios pero certeros. No se copa
con cualquier cosa. Ella “sabe”. Realmente.
Y, bueno, eso fue más
o menos todo. Le pagamos la garrafa, con merecidísima propina, y lo acompañé hasta abajo, por si habían cerrado la puerta. Subí.
Martín buscaba la versión de Davis del Mesías en la discoteca. Miranda había
salido de abajo del forro del sofá y se lamía frente a la estufa encendida. Me
senté en el sofá. Suspiré. Siempre se aprende algo.
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