martes, 21 de mayo de 2019

Isireri


En San Ignacio de Moxos, Bolivia, hay una laguna: la laguna de Isireri. Hay muchas leyendas que explican la existencia de esa masa de agua en ese lugar y que en general involucran a un espíritu o "jichi" en forma de serpiente que rapta a un niño pero deja, como pago o resarcimiento, ese enorme ojo de agua fuente de vida. Sobre esa leyenda trabajamos con mis compañeras de Medusa Teatro, Alicia Dogliotti y Gianinna Urrutia, en febrero de este año, cuando fuimos a ofrecer un taller de Arte Escénico para la Escuela de Música de San Ignacio de Moxos, atendiendo a la invitación de su directora, la queridísima Raquel Maldonado. Durante el trabajo fueron surgiendo y escribí estos breves textos que cuentan los hechos desde cada una de las partes implicadas en la versión más consensual de la leyenda: la serpiente, la madre que lava ropa en unos pozos o "yomomos", y su hijo, Isidoro. Alrededor de esta historia y estos textos hicimos, con los alumnos de la escuela, niños, adolescentes y adultos, un evento performático a orillas mismas de la Laguna Isireri. Una experiencia que aún nos ocupa buena parte del corazón.


 I


Mil años. Mil años he dormido. Mil años he soñado. He soñado con el agua, he soñado con el sol. Mil años. La luna me ha cantado y en mi sueño de mil años la he escuchado. Sus canciones son de plata y tantas me ha cantado que me he quedado quieta. Mil años escuchando, mil años esperando, mis ojos vueltos hacia adentro en el sueño de mi alma. Un grito me ha despertado: "¡Isidoro!", y es lo que hay dentro del grito lo que me ha llamado. "¡Isidoro!".
Voy hacia allí, sacudiendo mi sueño de mil años, sollozando por mi sueño de mil años. "¡Isidoro!", grita una vez más la mujer, y yo voy hacia él porque, de pronto lo he sabido, es a él a quien yo quiero.



II


Algo va a ocurrir. Lo siento en el cuerpo, en todo el cuerpo, pero sobre todo en las manos. Sí, las manos. No parecen mis manos. No sé qué significa. Aunque quizás no sean las manos sino la misma ropa. Las manchas no salen, es como si no quisieran salir, y por eso sé que algo va a ocurrir. ¿Cuántas veces he lavado esta camisa? ¿Cuántas? Muchas, y nunca, jamás se había comportado así, como si no quisiera que la lavara. Y después está el silencio. Nunca antes hubo este silencio. Siempre están las ranas comadreando, los pájaros cantando, la selva respirando, todo hace ruido, pero hoy el silencio es tan duro que hasta me provoca un temblor. ¡Isidoro! Ay, este hijo mío, perdido en el silencio... ¡Isidoro!



III




El agua me está mirando. Hace un rato me pareció ver en el fondo oscuro algo así como... un par de ojos amarillos, enormes. Fue un instante, pero creo que sí, dos ojos amarillos... ¿Será el sol? El sol, un reflejo, un algo amarillo asomando desde el fondo... Mi madre grita: "¡Isidoro!". No es la primera vez. "Sí, mamá", respondo. No la veo desde donde estoy, pero me grita y le respondo y de pronto allí están otra vez los ojos, sólo que ahora los puedo ver con claridad, mirándome desde el agua, como si fueran parte del agua. "¡Isidoro!", grita mi madre. "¡Isidoro!", dicen sin decir los ojos y yo me dejo caer. Caigo como una piedra al propio fondo de los ojos que me están llamando y de pronto el agua es mucha y lo cubre todo. En el fondo hay, podría jurarlo, un silencio de mil años.










Rumbo a la laguna.