martes, 19 de abril de 2022

El parlamento uruguayo y la salud mental.

 




De lo que no estamos hablando es del estado de la salud mental en nuestro parlamento. Hablemos de eso. Hablemos de Graciela Bianchi, por ejemplo, que parece una actualizadísima y mediática Lady Macbeth, completamente loca pero incapaz de ver las manchas de la culpa en sus manos sino en las de todos los demás. ¡Ah! Es una obra de teatro en sí misma. Me la imagino mascullando maldiciones por el Salón de los Pasos Perdidos, destilando veneno y odio y se me cae la baba dramatúrgica. Y, si no, tenemos a Domenech, de Cabildo Abierto, dando un discurso sobre la Virgen María el 8 de marzo ¡en el parlamento! Dijo, y bien clarito, que en el día de la mujer él quería homenajear a la Virgen María, claro ejemplo del "ser mujer". Una mujer como Dios manda, obvio. Fue el año pasado, no éste, pero de todos modos la situación se comenta sola y no tengo nada que agregar, aparte de que estoy seguro de que Batlle y Ordóñez está tiritando de asco en su presidencial tumba. Viendo eso, recuerdo, me quedé esperando a que alguien alzara su voz para homenajear a Galadriel, reina de los elfos de El Señor de los Anillos, pero el estupor de la parte más o menos pensante de la Cámara de Senadores fue tal, que nadie pudo decir nada. Me pareció una injusticia. Y, claro, el pobrecito de Pepe sigue tiritando de espanto en su presidencial tumba.

Y ahora, hace unos días, la diputada Monzillo, también de Cabildo Abierto, qué sorpresa, presentó un proyecto de ley para PROHIBIR EL USO DEL LENGUAJE INCLUSIVO EN INSTITUTOS DE ENSEÑANZA Y EN TODA LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO.
El Parlamento uruguayo está tocando fondo. Al decir de una amiga con amplísima experiencia parlamentaria, el Parlamento se parece cada vez más al patio de un manicomio. Y, me conocés: no hay ni un atisbo discriminatorio en lo que digo. Es más, estoy bastante en contra de la institucionalización del enfermo mental, pero eso no quita que haya que hacer algo cuando la enfermedad mental se presenta de manera tan esplendorosa. No te digo que tapiemos el Palacio Legislativo con todos adentro, para nada, pero por lo menos mandémoslos a terapia, al fin y al cabo, esta gente es la misma que está a favor de la internación compulsiva de dementes y adictos.
Pero quedémonos unos instantes en el caso Monzillo, a la que, pobre, el odio ciega tanto que la hace incapaz de ver el disparate carrolliano que desprende su proyecto. Es incapaz de darse cuenta de que su "idea" la convierte en una suerte de Humpty Dumpty perverso que cree que la lengua se puede controlar con leyes. Una ley que, en su afán punitivo y militarista, prevé incluso suspender la libertad de cátedra para que nadie pueda escapar del castigo. Uf... De ahí a suspender la libertad de expresión, un paso. De ahí a sacar leyes que regulen largos de pelos y polleras, un paso.
De todos modos, ¿cómo espera esta mujer que una ley impida que la gente, en cualquier ámbito, hable como cornos se le dé la gana? En fin... Es tan estrecha de miras su idea que hasta da ternura por lo ingenua. Sería mucho más útil que hiciera un proyecto de ley para ayudar a los periodistas y noteros de la tele a hablar mejor, porque lo cierto es que la decadencia del lenguaje en los medios de comunicación es, seguramente, más responsable de la pérdida general de calidad de la palabra que unas cuantas "e" aquí y allá. Hoy mismo escuché a una notera del 12 decir, textualmente, "vemos a muchos jóvenes haciendo uso de esta nueva medida que tiene que ver con el no uso del tapabocas". ¿Hay necesidad? Monzillo, mejor proponga una ley que cree unos buenos cursos de retórica para zafar del "todo lo que es", del "lo que sería", del consuetudinario uso de "poder" como verbo auxiliar para lo que sea y del "hubieron" que he escuchado decir, últimamente, hasta a algunos de los más mejores bien hablados de nuestros periodistas. Digo, si es preocupación por el idioma, todo esto me parece más grave y terrible, igual que la paulatina desaparición del modo subjuntivo y, por supuesto, la contumaz falta de respeto a la concordancia verbal. Pero de eso la ley de Monzillo no dice nada porque le parece más peligroso el "todes". ¿Por qué? Porque el "todes" es político y porque las feministas tienen la subversiva tendencia a usarlo. Y porque la Monzillo cree que algunos hombres matan mujeres "por exceso de amor". Ahí está explicada toda su mirada sobre la vida. Lo que menos le importa es la gramática. Por si fuera poco, la misma Monzillo recomienda regalarle cámaras a los hijos varones para que se filmen cuando tienen sexo y así prevenir las falsas denuncias de violación. El odio. Es el odio, no la gramática. Tremendo.
Cabildo Abierto es militar y militarista. Ahora tratan de meter una ley para amordazar a la gente (¡¡¡Justo cuando nos liberan del tapabocas!!!!), luego será una para el largo de los pelos de los varones y el de las polleras de las mujeres. Así está el Parlamento: tocando fondo. La Salud Mental faltó con aviso en este período parlamentario. ¡Socorro!

miércoles, 30 de marzo de 2022

El teatro y mis límites/ El trabajo y los límites

 



Hay ámbitos en los que uno no puede elegir con quiénes trabaja. Una oficina, por ejemplo, o un empleo público, un colegio, una carnicería, yo qué sé: básicamente cualquier lugar a donde a uno le paguen un sueldo, cualquier lugar del que uno no sea el dueño. Pero hay otros ámbitos en los que uno sí puede elegir con quiénes trabaja, incluso aunque el ejercicio de esa libertad lo deje a uno, a veces, sin hacer lo que más le gusta hacer. En mi caso, claro, me refiero al arte, que es algo que uno más o menos elige y que hace, la inmensa mayoría de las veces, por puro amor al propio arte, a lo que éste nos deja en el alma y a lo que uno aprende de sí mismo en el camino. Para mí, ese lugar bien específico es el teatro, que es mi vida toda. Yo no soy sin el teatro y por eso cada vez soy más dramaturgo que otra cosa. Entonces me pasa que si voy a trabajar en teatro, trato de elegir de quiénes me voy a rodear. Voy teniendo cada vez más claro quiénes son esas personas porque si bien soy de proceso lento para algunas cosas, mi ser escritor me lleva a pensar, pensar y pensar, y en general termino por llegar a algunas conclusiones válidas para mí mismo. Todo es subjetividad, por supuesto, pero supongo que estoy alcanzando una edad en la que puedo y debo elegir, sobre todo por una cuestión de salud mental y porque algunas cosas me hacen sentir profundamente agredido. ¿Cuál es el límite que define ciertas decisiones? Tiene que ver con la tolerancia. ¿Qué tanto puede uno tolerar? Tiene que ver, necesariamente, con cuestiones políticas, entendida la política en su concepción más amplia, no en lo mero político-partidario aunque, a este respecto, podría decir varias cosas. Por ejemplo que me cuesta, en este momento particular de mi vida, trabajar con gente de partidos que cobijen en sus filas y hasta les den puestos de poder a personas homofóbicas, transfóbicas o que manifiesten odio al diferente y, claro, a los pobres. Tenemos muchos de esos en el gobierno actual y me causa espanto, porque para mí está meridianamente claro que el intolerante no debe ser tolerado. O sea que, para hacerla más corta,  el límite, para mí,  lo ponen los Derechos Humanos. La comprensión de la naturaleza de los Derechos Humanos y la actuación en consecuencia define, para mí, el ser buena persona o no. Me van a decir que el tema es, seguramente, más complejo. No lo dudo. Puedo ser muy limitado, lo reconozco, pero no soy obsecuente, no me cuesta nada admitir el error y, mucho menos, pedir disculpas. Pero, y ateniéndome a esta perspectiva, se me hace muy cuesta arriba trabajar con malas personas, así que no lo hago si puedo evitarlo. Y, como decía, tiene que ver con los Derechos Humanos, que delimitan, entre tantas cosas más,  la irreconciabilidad de algunas circunstancias. 

Si hay algo que me ha dado el teatro es el ejercicio permanente de la empatía, no entendida como el tan manido “ponerse en los zapatos del otro”, sino más como “sentir con el corazón del otro”. Y de verdad es un ejercicio permanente. Los que conocen la que ha sido mi línea principal de trabajo en los últimos años saben que en más de una ocasión he tenido que “bajar al barro” a conocer de primera mano un montón de situaciones para poder contarlas en la escena. Situaciones que, la mayoría de las veces, han dejado a mis propios dolores necesariamente relegados al estante de las cosas estúpidas. Situaciones que me han puesto a preguntarme de qué cornos me he estado quejando toda la vida y me han obligado a replantear infinidad de cosas que creía tan ciertas como árboles. Lo que aprendí, un poco rebobinando, es que hay cosas que no deben ser consentidas y que de lugares donde no se respeta y hasta se hace burla del dolor ajeno, uno debe salir corriendo.

Me pasa entonces que me cuesta mucho convivir o tener vínculos de trabajo artístico, ya no digamos amistad, con personas que, por ejemplo, hayan votado a favor de la derogación de la Ley Integral para las Personas Trans, que se hayan opuesto al matrimonio igualitario o hayan hecho campaña en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Y me cuesta porque hay diferencias filosóficas insoslayables que tienen que ver con las ideas que tenemos todos acerca de la propia vida, la libertad y el libre albedrío. Tampoco puedo trabajar con personas que digan, crean o se regodeen en comentarios y frases del estilo “Si te preocupa el hambre, enseñá que la comida sale de la tierra, no del MIDES”, como tuve la mala suerte de leer hace unos días en un posteo que culpabiliza a los pobres por ser pobres y no entiende, en su afán de desparramar odio, una cosa mínima con la que cualquiera podría empezar a desmontar una idea tan estúpida y malintencionada como esa: ¿y si la persona no tiene tierra o acceso a ella? Y no me vengan con lo de la metáfora, porque al final las cosas son metáfora cuando les conviene. Hay que hacerse cargo. La sola idea de que haya gente que realmente piense que los pobres son pobres porque quieren me indigna soberanamente y hoy elijo no trabajar con esas personas. Límites: sos buena persona o no sos buena persona. Te importa el otro o no te importa el otro. Lamentablemente, no puedo confiar en nadie que vea al otro con tanto desprecio y si algo se necesita en el teatro es confianza. Tampoco trabajo con personas que ejerzan violencia sobre otras. Ya no. Este ha sido un viaje largo, porque a todos nos ha costado aprender a identificar la violencia que tiene incluso formas poco publicitadas como el “ghosting”, que es cuando alguien intenta comunicarse con otro pero el otro lo ignora a propósito,  una vez, y otra y otra, cortando toda posibilidad de diálogo y sin dar explicaciones a tanto destrato. El “ghosting” es violencia y las personas que hacen “ghosting” están ejerciendo violencia. ¿Hacés ghosting? Sos mala persona. Malísima.

Otra cosa que me pone los pelos de punta es la gente que el Día de los Desaparecidos sale en estampida a las redes a postear cosas onda “Si desaparecieron, algo habrán hecho”, o cosas acerca de Pascasio Báez, por ejemplo, como si una cosa fuera comparable con otra. Como si el Día de los Desaparecidos tuviera remotamente algo que ver con Pascasio Báez. Pero ahí están, cagándose en el dolor de un montón de gente posteando cosas sobre Pascasio Báez que, sí, más vale, pobre, es espantoso lo que le pasó, a él y a su familia, pero ¿qué tiene que ver? ¿Qué estás intentando demostrar? ¿De dónde te salen esos sentimientos vengativos? ¿Qué tiene que ver? ¿Realmente te parece más importante lo que vos pensás y querés demostrar que el dolor de tanta gente que lo único que quiere es saber dónde están sus muertos? ¿Te importan más tus convicciones políticas y tu odio que el dolor de tanta gente? ¿Querés hacer teatro y pensás que la Antígona de Sófocles no nos está diciendo algo acerca de esto? ¿Y la empatía? ¿Y el respeto por el dolor ajeno? Además, y para usar el ejemplo y por si no lo pensaste: Pascasio Báez tiene su tumba. Su familia tiene dónde llorarlo. Los desaparecidos, en cambio, siguen desaparecidos. Y eso es sólo un detalle, porque de todos modos las dos situaciones no tienen absolutamente nada que ver una con la otra, no son comparables y ninguna paga ni refuta a la otra de ninguna manera. Lo único que queda demostrado cuando te mandás una cosa así es tu pobreza de espíritu, tu ausencia de empatía. Fallaste como ser humano. Ahí está el límite: no puedo trabajar contigo. El límite claro, preciso, elocuente: sos buena persona o no. Yo respeto muchísimo tu ser como quieras ser, pero también me respeto a mí, así que no trabajo contigo por diferencias irreconciliables en torno a cierta mirada sobre la vida y porque, lo dije más arriba, esta clase de postura me agrede profundamente en el alma y en el centro mismo de mis convicciones. No trabajo contigo porque pienso que sos una mala persona. Por ahí vos no pensás todo eso que enumero acá, pero no tenés problema en trabajar con gente que piensa esas cosas y, bueno, lo más probable es que tampoco quiera trabajar contigo, porque si bien no creo en aquello de “Dios los cría, ellos se juntan”, yo qué sé: la complacencia de unos frente a los dislates y la falta de solidaridad de otros me da qué pensar y hoy día me agota muchísimo. O sea, si sos intolerante, violento o reaccionario o si apañás a intolerantes, violentos y reaccionarios, no cuentes conmigo. ¿Se acota mi mundo laboral? Por supuesto, sobre todo en una ciudad tan pequeña como Colonia, pero es una decisión vital, no exenta de dolor, que me da tranquilidad de conciencia. Me vas a decir, ¿y vos? Yo me puedo estar equivocando, pero lo que es seguro es que estoy trabajando, y bien duro, para no caer en esas mismas cosas que detesto.







miércoles, 31 de marzo de 2021

Extrañar.

Extrañando el teatro, las salas, los ensayos, ¡a mi elenco maravilloso y tan amado! Extrañando la magia de vivir a través de las vidas de esos seres que aparecen en el escenario. Nos han robado todo. Extrañando, extrañando, extrañando. Pero volveremos, claro, porque, ¿qué sería de nosotros sin todos nosotros?

Acá un fragmento de "Mi vida toda", que volveremos a hacer, no tengo dudas.












Sara: Voy al supermercado y compro jamón. No me gusta el jamón. No como jamón. Pero antes compraba jamón. Magro y sin sal desde que a Alejandro le salió colesterol en los análisis, y la hipertensión... Colesterol, hipertensión. “Te estás poniendo viejo”, le dije, cuando volvíamos del médico. Y él: “más vieja sos vos y no te pasa nada de esto”. Son diez años de diferencia, tampoco es tanto, pero me dolió que lo dijera. Él estaba enojado. Cuando nos fuimos a vivir juntos, no se notaba. Después se empezó a notar: él envejeció más rápido. No sé si del cuerpo, pero envejeció. Héctor, que ya era bastante mayor, se dedicó a envejecer con convicción junto a él. Llegaba a casa y estaban los dos en el sillón. Alejandro leía, Héctor dormitaba. La imagen de la desolación... (Suspira con cansancio) Sigo comprando jamón, por pura costumbre y porque si voy al supermercado y no compro jamón al menos una vez por semana, me siento sola. Esa es la verdad, ¡seré estúpida! Pero lo regalo. A veces a la vieja que cuida coches acá abajo. Otras a alguna de mis actrices, una semana a una, otra semana a otra, para que no piensen que hago favoritismos. Y ahora, a veces, lo pico y lo dejo bajo la ventana, en la terracita. Cuando vuelvo, el jamón desapareció. Así que el gato que no está vendrá a comérselo, digo yo, o las palomas, no sé. Una necesita atarse a algunas rutinas. Comprar jamón, por ejemplo. Sí, soy rara. Son años comprando jamón: no puedo, de buenas a primeras, cambiarlo todo. No puedo. Alejandro, no, jamón, sí. Y es por esas cosas que una se mantiene viva. No importa lo que digan.

sábado, 18 de enero de 2020

Pensando en Valizas y "La bondad de los extraños"

Hace un par de días, en Valizas, balneario uruguayo, una chica perdió la conciencia y se despertó en el baño de un boliche para descubrir  que su vagina había sido salvajemente mutilada. La joven no guarda recuerdos del hecho, por lo que se sospecha que fue drogada. A propósito de este acto terrible, Martín me recuerda "La bondad de los extraños", un texto que escribí hace algunos años y que fue llevado a escena por Lila García, con un elenco maravilloso: Alicia Dogliotti, Pablo Robles, Gianinna Urrutia, Elina Marighetti y Paula Botana.
No es nuevo esto de mutilar los genitales de las mujeres y no responde únicamente a rituales de exóticas culturas "salvajes" que "no saben lo que hacen", sino, como es el caso de Valizas, a la más simple perversión comparable a otra cosa que ocurre con brutal frecuencia: tirar ácido a la cara de las ex novias, ex esposas o cualquier mujer que pretenda no cumplir con los mandatos y caprichos de los hombres. La mutilación genital femenina siempre ha estado más cerca de lo que pensábamos y lo cierto es que las mujeres nunca han estado seguras. Nunca. De eso trata, entre otras cosas, "La bondad de los extraños". Acá les dejo un fragmento. Las fotos de la obra, claro, son del mágico Alejandro Persichetti.




Blanche encuentra una página en la historia clínica. Le tiende la historia clínica abierta a Collins, éste la toma. Mira a Blanche con curiosidad.

Blanche: Lea.

Collins lee.

Blanche Joven: “O le ponés freno a esa hija tuya o se van a tener que ir”. Eso dijo mi abuelo. Fue al mediodía, estábamos todos en la mesa. Mi abuelo hacía eso, daba sus anuncios y sus órdenes al mediodía o a la cena, cuando todos estábamos a la mesa, para que todos se enteraran y nadie dudara ni por un instante de su autoridad. Mi madre crispó los puños, y yo todavía no entendía que el abuelo hablaba de mí.
Louise: Porque todos hablan, hablan, hablan. Pero nunca nos dicen nada.
Blanche: Me dio un cachetazo, allí, delante de todos.


Blanche Joven: Mi madre ya había intentado todo para que yo dejara de masturbarme, pero yo no podía ni quería evitarlo. Luego de mis revelaciones en el bayou, parecía que todo me llevaba a ese lugar entre mis piernas… ¡Yo ni siquiera me daba cuenta de cómo empezaba! Mi madre, que no solía prestarnos mucha atención, un día observó que yo andaba como alucinada y no tardó en entender el motivo. A mí se me había abierto una puerta que mi madre se empeñó en cerrar sin dar explicaciones. Primero fue un bofetón. Luego otro. Luego una paliza con la fusta de mi padre. Pero nada, no había manera, de alguna manera u otra, yo siempre terminaba con las manos ahí. (Se ríe) “Ahí”. Ni siquiera hoy puedo decir el nombre. “Ahí”. Pero nadie me explicaba nada, así que yo no entendía por qué no podía tocar mi cuerpo ni qué mal hacía. Los golpes no dieron resultado. Lo siguiente fue atarme las manos a la hora de dormir e incluso, un día, atarme en el patio, como a un perrito que se hubiera portado mal. Luego alguien le dijo algo acerca de la pimienta de cayena, y empezó a untarme los dedos con salsa de pimienta. Nada. Y después mi abuelo dijo eso que dijo, y lo siguiente es que mi madre me llevó al médico para que me operaran de apendicitis. El médico, mientras me ponía la mascarilla de la anestesia me dijo: “ya vas a ver: después te vas a sentir mucho mejor”.


Blanche: Quise preguntarle de qué hablaba, porque en realidad, en ningún momento me había sentido mal, pero la anestesia estaba haciendo efecto y me dormí. Recuerdo con aterradora claridad la cara amable del hombre, tranquilizándome antes de hacer la salvajada que estaba a punto de hacer.
Collins: Blanche…
Blanche: ¿Qué?
Collins: No sé si…
Blanche: Sí, eso que está pensando.
Collins: No puede ser…
Blanche: Oh, sí… Me amputaron el clítoris, doctor.

Collins la mira con horror. La luz sobre ellos se extingue rápidamente. Louise y Delphine siguen sentadas en la cama. Delphine le toma la mano a Louise y apoya su cabeza en el hombro de ésta. Mientras Louise habla, Delphine le acaricia la mano, el pelo, la mira con ternura infinita.



Louise: (Al público) Mi nombre es Louise. La mayor parte de mi problema, por llamarlo de alguna manera, es que nadie me explicó nada, nunca. No porque las explicaciones, en mi caso, hubieran servido para algo, pero aún así… ¿No es natural que una se vuelva loca cuando se da cuenta de que han dispuesto de su cuerpo sin siquiera pedirle una opinión? En las fotos que existen de mí cuando era una niña pequeña, se puede observar a un pequeño ser humano feliz, lleno de vida. Pero en las fotos siguientes, luego de mi cumpleaños número seis, mi gesto se ve cambiado. Hay dolor, rabia contenida, una profunda tristeza… Nadie me preguntó nada. Todavía no sé bien qué me pasó porque, aunque pregunté, no obtuve respuestas claras. Y me volví loca. Loca de la pena, loca del dolor de saberme incompleta y no entender por qué. Sé que mi padre murió poco después de que me internaran. Mis hermanos se olvidaron de mí. No sé dónde están, no sé si tengo sobrinos… Nada. Básicamente, no sé quién soy. Me di cuenta de todo temprano en la adolescencia. Mi madre había muerto, y esa primera noche mi padre me mandó a dormir a lo de unos tíos, con mis primas. Mis primas eran muy divertidas, y muy… libres. Se desnudaron delante de mí esa noche, mientras se preparaban para acostarse. Era la primera vez que yo estaba en una misma habitación con otras mujeres desnudas, así que las observé. Y me di cuenta de que algo era diferente. Mi vulva era diferente… De hecho, yo no estaba segura de tener una vulva… tenía algo, pero ciertamente no era como la de ellas… Pero lo más sorprendente era la naturalidad con que ellas vivían su desnudez. Se lo pregunté después a mi padre. “Ya sabés cómo era tu madre”, respondió. Y fue todo lo que dijo. Pero yo recordé que el año anterior, cuando mi primera menstruación, mi madre me había llevado al ginecólogo. La peor vergüenza de mi vida, yo, en esa camilla. Tal era mi vergüenza, que no recuerdo nada de la conversación que tuvieron mi madre y el médico, allí, delante de mí. Cuando salimos le pregunté a mi madre qué era todo aquello de lo que hablaban y me dijo, casi con rabia: “Nada de tu incumbencia”. Eso me dijo. ¿Nada de mi incumbencia? ¡Era de mí de quien hablaban! De mi vulva, mi vagina, mi clítoris, mi menstruación… De mí… A fuerza de romper platos y aullar hasta quedar morada logré que mi padre me dijera que me habían extirpado los labios cuando tenía un año, y el clítoris cuando tenía seis, a pedido de mi madre. Menos de dos años después de su muerte, mi padre y mis hermanos me encerraron aquí. Fue por mi depresión, por mis ganas de morir, por mi rabia, que se me hacía difícil de contener, pero sobre todo para que no preguntara más nada y para esconder la vergüenza de su delito… No resisto bien la felicidad de los demás, no la entiendo. Y resulta que acá, al menos, todas, de una manera u otra somos raras.



Delphine la abraza. Vuelve la luz sobre Blanche y Collins.

Collins: Oh, Blanche…
Blanche: Una piensa que esas cosas ocurren en lugares distantes, exóticos, salvajes, en África, en Asia, sitios como esos. ¿No lo aprendió en la universidad? ¿Sabe cómo fue? Los médicos, en el siglo pasado, iban a los mercados de esclavos y veían a todas esas africanas amputadas y las encontraban tan apacibles, tan resignadas... Aprendieron el procedimiento, en nombre de la ciencia. Los tipos pensaron que habían descubierto la cura para la histeria, ¿entiende? Se creyeron… no sé qué se creyeron… Pero lo han estado haciendo… Lo siguen haciendo. Durante mucho tiempo pensé que era la única, pero no… he visto a varias aquí adentro, además de a Louise… ¿Nos puede culpar por volvernos locas?
Collins: Qué horror… No sé qué decir… Yo… ¿Y usted? ¿Cómo ha vivido?
Blanche: ¿Alguna vez ha sentido un dolor muy fuerte?
Collins: Sí.
Blanche: Multiplíquelo por cien.
Collins: No lo puedo imaginar.
Blanche: Ni podrá. Porque si fuera sólo el dolor del cuerpo… Pero no.


Blanche Joven: Yo me buscaba la cicatriz de la operación de apendicitis y no la encontraba, pero sentía ese dolor terrible entre las piernas. Y nadie me decía nada.
Blanche: Me trataban como si en efecto me hubieran operado de apendicitis. No me dejaban levantar, me daban sopa de verduras, pollo hervido, cremitas de fécula… No sé cómo he vivido.
Blanche Joven: Y días después, cuando el dolor había cedido, quise tocarme, pero algo se había apagado. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo. Y después, me olvidé de todo… Olvidé todo…
Blanche: Han tenido que pasar años y desgracias sobre desgracias para que yo pudiera recordar todo… Y lo peor es que al principio no quería creer en lo que recordaba.
Blanche Joven: Tenía que ser un sueño. No podía ser cierto. Era un sueño. Sí, sin duda había sido un mal sueño.
Blanche: Salí furibunda a acostarme con todo el mundo. Y lo hice. Me acosté con todo el que quisiera acostarse conmigo. ¿Para qué? Para no sentir nada. O sentir algo, pero nunca llegar a nada, nunca, jamás poder llegar a nada.


lunes, 14 de octubre de 2019

"La desmesura": cierres y despedidas.





Terminé en estos días de escribir mi nueva obra de teatro, “La desmesura”, texto que me ha llevado por caminos bastante nuevos y desafiantes. El proceso fue más rápido y devastador que lo habitual en mí: seis meses de pura intensidad. Y entre medio, ensayando y poniendo en escena mi obra "Seis, todos somos culpables" con mi gente querida de Colonia; el viaje a México para montar "Mi vida toda" y dar un taller de teatro para personas trans con mis compañeres de Medusa Teatro y la ida a Córdoba para ver la obra "Bilis Negra", de Daniela Martín y Maura Sajeva, pieza que en poco más de una hora me puso la existencia patas arriba y me tiene desde entonces calibrando sus efectos en mi alma. En fin... Todo un viaje en muchos sentidos y no sólo porque entre tanto movimiento la obra fue, en gran medida, escrita en aeropuertos, terminales de ómnibus y hoteles de cinco países: Uruguay, Argentina, Brasil, El Salvador y México. (Seré regio, che. Todavía no lo puedo creer, tanto viaje). O sea, ya el año venía movidito y encima me pongo a escribir esto. Si bien me doy cuenta de que este texto nuevo podría ser algo así como una evolución de “Tal vez tu sombra”, se ve que me agarró más grande y, aunque también explora los derroteros de las relaciones de pareja y de algunos vínculos sexo-afectivos, la forma, los temas de fondo y la manera de contarlos no son, me parece, los más habituales en mi producción. Y ocurrieron cosas "raras". Llegué, por ejemplo, a sentirme un mero espectador en algunos tramos del trabajo. Nos pasa eso, pienso, casi siempre: por más que uno planifique, diseñe, tome miles de notas mentales y en papelitos, hay un punto en el que uno tiene que soltar el timón para entorpecer lo menos posible el crecimiento de sus propios personajes. Pero en este caso la independencia de los tipos fue brutal. Tuve que lidiar con esa sensación, que sospecho que es lo que devino en una muy dolorosa lumbalgia (la edad, claro, pero también los afectos y la temática de la obra) y, además, con algo que me ocurrió durante todo el proceso y es que mis personajes, por fuera de la obra, empezaron a manifestarse en forma de poemas o textos poéticos ¡de madrugada! Yo soy lo más diurno que hay, a las once de la noche me metí en la cama y no me hables hasta la mañana, pero los tipos se empeñaron en despertarme a las tres de la mañana para contarme estas cosas que pongo a continuación. Nunca había escrito poesía hasta ahora, (miento, entre los 18 y los 20 escribí unas cosas horribles, claro, como todo el mundo) y no sé si voy a seguir, porque esto ocurrió en estrecho vínculo con la escritura de la obra y son sensaciones que corresponden a los personajes y las cosas que les ocurren en ella. Escribí algunos textos más pero siento que estos cinco, puestos en orden cronológico, cuentan mucho de mi proceso y del pathos de la obra, y por eso me interesan sobre todo ahora que estoy cerrando, revisando y revisándome. Algunos los he compartido en las redes y ahora los reúno acá por dos motivos: para no perderlos y porque el señor Blogger me dijo que si no publico algo pronto me va a clausurar. Un antipático, pero es verdad, tengo el blog abandonadísimo. ¡No puedo con todo, che! Así que esta es una buena excusa para mover un poco las cosas y para ayudar al cierre y las despedidas. 
Por cierto, “La desmesura” ya tiene elenco, directora y equipo técnico. Estrenamos en marzo. Les avisaré oportunamente. Acá van los poemillas y unas fotitos del elenco y la directora de la obra, en una pre lectura que hicimos hace un par de meses, cuando la obra estaba por la mitad. Necesitaba escuchar las voces de los personajes, así que le pedí a la directora, Andrea Rodríguez Mendoza, que juntara elenco: Emilio Gallardo (ya se puede decir: es mi actor fetiche), Bruno Guerra, Franco Rilla y Federico Repetto. Con ellos vamos a estrenar en marzo, estoy enamoradísimo. Son un grupo humano increíble y talentoso. El de la compu soy yo, claro, escribiendo en un aeropuerto, El Salvador, creo.


I

Habito un universo
renacido por tu voz-
zigzag de escamas verdes
susurro deslizante
marca de humo
color de humo
olor de humo-
que aún muda
y tratándome de usted
se trepa,
enroscada por mis piernas,
hiedra fatal
que me devora



II

Inventar o hacer el intento de inventar
un nuevo trazado para la intimidad.
La timidez del principio
y sus torpezas
Los “confiá en mí”, los “yo me ocupo”
El café, un libro, una ventana
El mechón de pelo rebelde que hay que domar
con la propia mano o la del otro
Los violines de Biber, “Volver a los diecisiete”,
Un rayo de luz, una rama
la luna y los abrazos
Todo lo que parece nuevo
porque lo vemos juntos en este “juntos”
que intentamos crear
Una idea sobre el destino
Forzar la casualidad
Buscar la causalidad
Encontrar la diferencia en la evidente similitud
y agradecer en silencio esa diferencia
y la capacidad de sentir esto
que tal vez nos destroce
otra vez
Llorar las lágrimas de una emoción
que siempre,
siempre parece nueva
Y así con todo. Otra vez.
Vuelve a empezar.



III

Pensé que iba a ser posible
hacer silencio
desaparecer
acallar el aturdimiento de plomo
las voces
Dejarte ir
pensar como si nada
en tu espalda enfundada en gris
atravesando aquella puerta
dejándome atrás
Pensé que podría
ser la piedra de mi propio nombre
La piedra fría
dura insensible muerta sorda
inmune al aullido voraz
de los lobos del tiempo
capaz de no contar los días
las horas
los besos
La piedra apaciguada
que desde el fondo oscuro
ve sin inmutarse
la estampida de este río enceguecido
de existir
Todo eso pensé pero no pude:
en el torpe intento de negarme
envejecí cien años
No soy más que un grito decrépito
buscando romper desde la nada
sin armas ni esperanza
tu indiferencia de cadáver.



IV

Estuve ahí
bajo esa ruana
es verdad que estuve ahí
Sentí tu olor
sentí los latidos de tu corazón y
más importante
sentí el latido de nuestros corazones
casi al unísono
o eso me pareció
Pero no fue
no pudo ser
La ruana, negra, me rozó la cara
cuando me abrazaste
Recuerdo la aspereza del tejido
y cierto susto, cierto pasmo
la inquietud
Tal vez eso debió advertirme
no lo sé
Quizás nada latía al unísono
ni siquiera entonces
¿Qué le voy a hacer?
Siempre creo sin preguntas
en todo aquello en lo que decido creer
El más terco, es verdad. No me arrepiento.
Tal vez hubo señales
pero no importaron:
no importaron los pájaros
huyendo del balcón cuando entramos
ni el humo del palo santo, después,
escapando por la ventana
para fundirse en aquel viento helado
Ni tus propios ojos
perdidos en algún lugar
fuera de mí, lejos de mí y de ti.
Todo huía de la marea del desamor,
imparable hambrienta feroz,
y su resaca. Todo huía
como en un big-bang siniestro.
Ahora lo veo
entonces no.
Pero estuve bajo esa ruana
y en tus brazos, no lo soñé
ni siquiera vos podrías negarlo
Yo no podría tampoco
ni quiero
El amor desconsolado
siempre buscará su colmo
en esa imagen en la que pueda verse
justo antes del desconsuelo,
justo antes de olvidar
que supo tener otro nombre.



V

Vine a decirte que te amo.
Desde algún lugar imposible, tal vez, puede ser
Quizás. No sé bien, pero sí:
te amo desde una de esas zonas recónditas del alma
en las que uno amontona las cosas que duelen
o avergüenzan
o nos brillan demasiado como para andar mostrándolas
Como mi madre, que guardaba sus mejores joyas
en una cajita al fondo de un ropero
fuera de la luz, para nunca usarlas
Y esto te lo digo porque sé que algo intuís
acerca de alhajeros y, quizás, de tesoros escondidos
que resultan no servir para nada de lo que uno quisiera:
un par de besos
más de un abrazo
ciertas miradas
ciertas palabras
algún portazo del que pensamos, en su momento,
que protegía nuestra dignidad, nuestro estar enteros
y no:  sólo era ruido para ocultar lo transparente.
El caso es que hay amores que enceguecen, ya lo sabés
No necesitás que te lo diga yo, tan luego
Yo, tan nadie. No necesitás que me arrogue ciertas voces,
ni que haga de mis afectos prebendas. Yo tampoco.
Tan vano todo, ¿verdad? Mi pretensión,
digo, aunque ya pueda reírme.
Pero si te lo cuento es porque
merezco decirlo después de todo
y porque creo que merecés saberlo:
te amo. Al fin y al cabo el amor en sí mismo
siempre es una cosa buena. ¿Por qué no iba a decírtelo?
Te amo. Punto. La frase no continúa más allá de ese lugar.
Te amo, creo, como se ama a algo que uno no puede asir
pero igual está allí, de alguna manera
como algo en lo que uno cree sin haberlo visto
como algo que a uno le contaron, pero no vivió
Como si tuviera fe, por ejemplo
o creyera en Dios, en cualquier dios,
cualquier encarnación de lo divino
en la tierra y al revés, ¡justo yo,
que hace años que no creo en nada!
Un dios. Es posible que te ame así.
Como se ama a un dios, con temor reverencial
pero sin dramatismos ni urgencias.
Con la repentina claridad que da haber atravesado
ese río del dolor en el que me sumergí a conciencia
para nadar entre sombras
(los ríos del dolor siempre ocurren de noche),
sin detenerme. Llegué, no sé cómo, al otro lado
aterido y muerto de miedo porque descubrí
entre brazadas y manotazos
que la oscuridad respiraba conmigo
Pero estaba vivo, al fin, y pude dar algunos pasos
para alejarme de esa orilla. Algunos pocos pasos.
Dos, tres, no muchos más: la orilla sigue ahí,
yo la veo, ella me ve.
Total, que vos allá y yo aquí.
Yo, con la discreta calma de saber lo que siento
sin reproches ni planes ni nada estridente,
sólo el saber y el dudoso orgullo de sentir
ya por fuera de todo lo heroico y desmesurado
La discreta calma, ¿entendés?
Esa calma de la señora inglesa
que servía el té en medio del bombardeo
sin que le fallara el pulso
porque, claro: el té era
la completa razón de la existencia
El té era el que mantenía todo en su lugar
para que nada muriera. Así.
Así  la calma.