martes, 25 de noviembre de 2014

Ramos generales



Cuando al mudarnos de Montevideo a Colonia hicimos el traslado del teléfono y nos dieron varias opciones de número para elegir, nos gustó mucho uno en el cual uno de los dígitos se repetía mucho, casi como en letanía. Nos pareció un número divertido y hasta ingenioso, así que le dijimos al muchacho de Antel que sí, que nos diera ese. Después Antel demoró un mes en ponernos el teléfono, pero esa es otra historia.
La cosa es que una vez que tuvimos nuestro teléfono funcionando, lamentamos mucho haber elegido ese número precisamente porque, nos dimos cuenta enseguida, es uno que se presta mucho a la confusión a la hora de digitar.
Vamos, que con esto del celular y sus múltiples posibilidades comunicativas, el teléfono de línea sonaba bien poco en nuestra casa pero, últimamente, el teléfono suena mucho y a todas horas. Y casi siempre es alguien que discó mal. La gente anda muy apurada, muy distraída, tiene problemas de visión, o todas las cosas juntas. Es cierto que nuestro número, de tan intrínsecamente homogéneo, termina pareciéndose a muchos otros números, cosa que hemos comprobado chequeando en internet los números de esos lugares que las personas que han llamado buscaban.
Hice una recopilación, y aquí va, de algunas de las cosas y personas por las que nos han preguntado en este tiempo.

- Te quería encargar doscientos ravioles. Cien de pollo y cien de verdura. ¿Demoran lo mismo en cocinarse?
- Eh... Acá es una casa de familia.
- Ah... ¿No es la fábrica?
-No, señora.
-Disculpe.

-Walter, ¿me podés subir la historia clínica de Rodríguez?
-Creo que tiene el número equivocado...
-¿Walter?
-No, Federico.
-¿Qué Federico? ¿Sos nuevo?
-Eh... No. Se ve que discaste mal.
-"Clic".

-Sabés que los rulemanes que me vendiste no eran los de la marca...
-Disculpe, acá es una casa de familia.
-Ah, perdón.

-Walter, al final la reunión quedó para la tarde...
-Creo que tiene el número equivocado.
-¿Quién habla?
-Federico.
-"Clic".

-¿Panadería?
-No.
-¿Cómo que no? ¿La Asturiana?
-No. Es una casa particular...
-Disculpe.

-¿Walter?
-No, Federico.
-"Clic".

-Che, Juan Pedro, a ver si te das una vuelta. Se rompió el alambrado y las ovejas se están pasando todas para el campito de al lado.
-Eh, no, acá no...
-¿Juan Pedro?
-No.
-Perdón.

Señora-Sí, disculpame, una pregunta: el abono que me vendiste recién para los helechos, ¿va directo o lo tengo que diluir? Porque el sachet está borroneado y no entiendo.
Yo-¿Qué marca es?
Señora-"X".
Yo-(gritando hacia la cocina) ¡Martín! El abono "X", ¿se diluye o va directo a la maceta?
Martín-(desde la cocina) Directo.
Yo-(Al teléfono) Directo a la maceta.
Señora-¿Y lo pongo todo?
Yo- (Gritando hacia la cocina) ¿Todo el sachet a la maceta?
Martín- (Desde la cocina) No, medio está bien.
Yo- (Al teléfono) Medio sachet está bien.
Señora- Muchas gracias.
Yo- De nada. (Cortamos)
Martín- (Apareciendo en la puerta, repasador en mano) ¿Era Mirtha?
Yo- No. Ni idea de quién era.
Martín- Ah...

-Quería saber si allí está internada Carmela.
-No, acá es una casa de familia.
-¿No es el sanatorio?
-No.
-Pero... Bueno, disculpe.
- No se preocupe. Espero que todo salga bien.
-Gracias. "Clic".

-¿Gestión de morosos?
-No, equivocado.
-Disculpe.

-Walter, habla Inés. ¿Tenés idea de dónde quedaron las carpetas de la reunión?
- Eh...
-¿Quién habla? ¿Federico?
-Sí.
-Este teléfono anda como el culo. "Clic".

-¿Panadería?
-No.
-"Clic".

-¿Hola?
-¿Con quién querés hablar?
-¿Taller?
-No.
-Perdón.

-¿Walter?
-¿Inés?
-Sí.
-¿Cómo te va?
-(Silencio incómodo) ¿Federico?
- Sí.
- Puta madre. "Clic".

En fin... Así han sido estos dos meses, aunque ahora se ha calmado un poco la cosa.  Con respecto a "Carmela", que estaría internada, ese día llamaron varias personas preguntando por ella. Luego de atender una de las llamadas, y ya iban como seis, Emilia propuso que si alguien más llamaba preguntando por la pobre, fuéramos hasta el sanatorio, que es acá nomás, a pedir el parte médico. Pero no, nadie más llamó, por suerte. Ojalá haya sido porque ya le  habían dado de alta y estaba todo bien. Les cuento la última, de recién-recién, mientras escribía esto:

-Buenos días. Le quería preguntar si tienen rodilleras.
-(tomado por sorpresa) ¿Rodilleras?
- Sí, rodilleras para las rodillas.
-(Conteniendo la risa) Número equivocado, señor.
-Perdón.

Como dijo Martín el otro día: esto ya no es una casa, es un almacén de ramos generales. Muy generales.

martes, 18 de noviembre de 2014

Pensando en el viejo barrio


Hace muchos años… muchos-muchos, ahora que lo pienso, porque esto que voy a contar fue en el 94, yo vivía en Ciudad Vieja. Por Bartolomé Mitre para abajo, casi en la rambla portuaria. Era un lugar muy interesante, la verdad. En una de las esquinas con la calle Piedras, había una suerte de conventillo donde atendían las prostitutas que se paseaban por, justamente, Piedras. Era una construcción de ladrillo muy vieja y medio derruida, con una abertura sin puerta, tapada con una cortina. Si uno, al pasar, miraba para adentro, veía otras aberturas sin puerta que darían a habitaciones, digo yo, también tapadas con cortinas, o más bien grandes retazos de tela fijados a las paredes con clavos. Frente al conventillo había un bolichón… bah, era demasiado pequeño para ser considerado “bolichón”, así que era un bolichito muy de mala muerte, donde a veces, sobre todo los fines de semana,  se podía ver a las prostitutas bailando con hombres, la mayoría de las veces asiáticos. Claro, era muy cerca del puerto. En fin… Entre las prostitutas había una mujer muy mayor que tenía, claramente, una pierna más corta que la otra. De todos modos, ella, a pesar de sus años y su dificultad física, se ponía unos tacos dorados altísimos y bailaba con sus potenciales clientes con una cadencia que tanto podía ser por puro instinto musical como por la cojera. Me acuerdo de ella muy bien, y hasta hace un tiempo recordaba el nombre, porque era amigota de mi amigo Luis, que muchas veces paraba en la esquina a charlar con ella. Ella, que se prostituía, mandaba a sus hijas, que eran tres o cuatro, a estudiar donde las monjas del Huerto. Me contaba Luis que esta mujer le decía “mis hijas van a tener todo lo que yo no tuve, y por eso me rompo el culo trabajando.  Literalmente”, y se cagaba de risa. De su risa me acuerdo, porque era una mujer que se reía mucho, una risa muy grave de tanto que fumaba. Siempre me saludaba al pasar: “¿Cómo le va, m’hijo?”, me decía, con su voz de fumadora eterna, recostada junto a la puerta del conventillo. Pero esa era toda nuestra relación. Debería haber parado alguna vez a charlar con ella. Y me gustaría recordar su nombre, pero no.
Del nombre que sí me acuerdo es del de una vecina del edificio donde vivía: Lola. Lola era una vieja que vivía en el apartamento debajo del mío y era una persona ruidosa, que siempre hablaba a los gritos y que siempre estaba puteando a algo o a alguien. Se peleaba mucho con su hija menor, que tenía un novio, el Clever, cuya vida consistía en pasar dos o tres meses en el COMCAR, salir, cometer un par de raterías menores, volver al COMCAR, volver a salir, volver al COMCAR, y así. A Lola le disgustaba mucho eso y lo manifestaba a los gritos. Lola se ponía a gritar, su hija se ponía a gritar y la perra se ponía a ladrar. Porque tenían una perra: Katy. Nunca supe el nombre de la hija, curiosamente. Pero el de su novio es difícil de olvidar, claro, incluso aunque éste jamás levantara la voz en los antológicos arrebatos coléricos de su mujer y su suegra. La cosa es que Lola les gritaba mucho. Recuerdo claramente una vez: “¡Porque ustedes se pasan toda la noche chupando culo y después la que limpia soy yo!”. Así nomás, gritado para quien quisiera escucharlo.
Lola tenía otra hija, una travesti que trabajaba en un, éste sí, bolichón por la calle Juan Carlos Gómez. A diferencia de su madre y su hermana, era muy buena vecina. Nunca gritaba, saludaba siempre, era la discreción en persona. Muchas veces me la cruzaba en el ascensor. Y muchas de esas veces venía acompañada. Y era tan educada que siempre me presentaba a sus acompañantes: “Roberto, te presento a mi vecino de arriba…”, “Fernando, él es mi vecino de arriba”, “Song Hu Ling, ¡vecino! ¡arriba!” y nosotros “Encantado, un gusto…”, y nos dábamos la mano con el amigo de turno o intercambiábamos respetuosas inclinaciones de cabeza, lo que correspondiera según el caso. Lo que no sé era cómo hacía para recibir a sus “amigos” eventuales, porque el apartamento donde vivían era igual al mío: un dormitorio y otra habitación que bien podía ser un dormitorio o un living, con baño y cocina minúsculos. Así que cuando estaban todos, Lola, Clever, la otra hija y Katy, bueno, no sé cómo ni dónde atendía. Y es por ella que me acuerdo del nombre de la perra, porque cada vez que la perra se ponía a ladrar durante las discusiones de Lola con su otra hija, ella le decía a la perra “¡Callate, Katy! ¡Callate Katy!”.
La cuestión es que Lola era muy ruidosa y gritaba mucho y gracias al pozo de aire, muchas veces parecía que la tenía gritando en mi propio living. Y la mujer asustaba. La había escuchado muchas veces peleando con la portera, Griselda. Una vez, la pobre estaba hincada en el piso, en cuatro patas, pasando un trapo y Lola le dijo “No te quedes así mucho rato que van a venir por atrás y te van a romper el culo, puta”. La pobre Griselda quedó desolada. Ah, sí… Lola no se destacaba por su fineza. Así que, la verdad, yo no me animaba a ir a golpearle la puerta y pedirle que no gritara más o que al menos cerrara la ventana para hacerlo, porque era, seguro, exponerse a alguno de los arrebatos de violencia de la señora.
Un día, en medio de una pelea de esas que ya estaba durando mucho, se me ocurrió sacar un parlante del equipo de audio por la ventana y poner ópera a todo volumen. Increíblemente, resultó: se callaron. Así que adopté el método. Sí, la música amansa a las fieras. Empezaban los gritos, empezaba la música. Pero una vez el método no resultó. No. Se ve que había pasado algo realmente grave, porque se peleaban y se peleaban sin parar y la catarata de insultos era realmente de antología, así que me dispuse a hacer el tratamiento musical de la situación. Puse a la Reina de la Noche de “La flauta mágica”, y nada. Puse un cd de la Callas. Nada. Puse “La cabalgata de las valquirias”, en versión completa, con las nueve valquirias a los gritos. Nada, seguían peleando. Desesperado, saqué la cabeza por el pozo de aire y les hice “¡Shhhhhhh!”. Nunca lo hubiera hecho: Lola sacó su cabeza por el pozo de aire y me aulló: “¡Haceme shhh en la concha, hijo de puta!”. Yo cerré la ventana y no salí del apartamento hasta dos días después, por las dudas, y a la semana siguiente me puse a buscar casa bien lejos de ahí.


martes, 29 de julio de 2014

Suicidio definitivo



No el mío, claro, que si no, no estaría acá escribiendo, vamos. Si bien hace meses que no posteo nada, estoy vivo. No: el que se suicidó definitivamente fue el calefón. Sí, el mismo que se había precipitado sobre mi cabeza en setiembre.
Estaba sentado a la computadora cuando de repente escuché un estruendo que venía de algún lugar de la casa. Yo estaba tan distraído que no registré de donde había venido el ruido exactamente, pero mi reacción inmediata fue gritar “¡Miranda!”, a lo que ella, Miranda, respondió “miau” directamente desde mi falda, así que, evidentemente, no había sido ella la responsable de la caída de lo que fuera que se había caído. En cualquier caso, la situación ilustra claramente mi grado de abstracción en ese momento: la pobre gata estaba en mi falda, y yo, insensible, retándola por reflejo. No hay derecho. Miranda, como es obvio, me miró con su peor cara de desaprobación. Los que tengan gatos sabrán perfectamente a qué me refiero.
Lo siguiente fue que apareció Martín por el pasillo preguntando qué había sido eso para luego frenar en seco al llegar a la puerta del baño. Se quedó ahí parado, mirando con incredulidad hacia adentro del baño, sin atinar a hacer otra cosa que rascarse la cabeza de pura impresión. Yo me saqué a Miranda de encima, fui corriendo y ahí lo vi: el calefón yacía medio destripado en la bañera, apenas sostenido por los caños que parecían a punto de reventar. Increíble. Y lo hizo solito, esta vez no estaba yo para ayudarlo a caer, pero se ve que luego de aquella primera caída algo quedó flojo en algún lugar y, bueno… el pobre aguantó todo lo que pudo. Hay que ver lo nobles que pueden llegar a ser los calefones. Éste, al menos, esperó a que no hubiera nadie en el baño para lanzarse al vacío. Noble pero depresivo, el calefón, ahora que lo pienso.
En fin... No intentamos volverlo a poner, ya con dos caídas era suficiente. No sólo no daba para arriesgarse, sino que además el plástico exterior explotó, literalmente y se veía que ya no iba a querer más nada.
El sepelio fue breve: lo dejamos abajo, con la basura, y fuimos y nos compramos otro, éste de treinta litros. No digo que nos haya cambiado la vida, pero un poco sí. Ahora los baños son un poquito más largos, y a la edad de uno eso no es poca cosa.
Lo de la edad viene a colación de que cumplí mis cuarenta en abril. No sentí vejez prematura, ni dolor en las articulaciones ni, mucho menos, ramalazos de sabiduría rezumando por mis neuronas. No. Todo siguió más o menos igual. Eso aparte, claro está, de que renuncié a uno de mis trabajos y me puse a tomar clases de ballet. Ah… Eso deben ser los famosos cuarenta: hacer disparates sin culpa y sin conciencia de “disparatez”. Vaya…

lunes, 10 de marzo de 2014

Las desventuras de Adrián


Hace un par de semanas escuché al jefe de policía de Montevideo, creo, comentando que la instalación de las cámaras de seguridad en Ciudad Vieja había disminuido los robos en ese barrio y que eso se debía a que los ladrones e indeseables se habían mudado a otros barrios sin cámaras de seguridad. Y ahí entendimos todo: hace unas semanas que mi barrio está poblado de gente extraña. Gente rarísima.
Pero lo más raro de todo son las conversaciones que se escuchan de un tiempo a esta parte, porque esta gente extraña se sienta en la vereda frente a mi balcón y acostumbra a hablar muy fuerte. Y ahí me enteré de lo de Adrián, pobre.
La primera vez que lo escuché nombrar fue porque una mujer le dijo a otra: “Chinchón, ¿vos querés que te lo diga a la cara? Te lo digo”. Me quedé con pena de no saber cómo se llamaba la que hablaba, pero la destinataria de la pregunta era “Chinchón”. En fin, la cosa es que le dijo esto: “Chinchón, ¿vos querés que te lo diga a la cara? Te lo digo: yo me cogí al Adrián. Pero no dos veces, tres veces, no, una vez sola y él se hizo el drogado”. Yo, en ese primer momento, no entendí la lógica de la situación, pero luego de la pelea que siguió a eso, porque Chinchón se puso hecha una furia y empezó a gritar como poseída, se me ocurrió que Adrián, seguramente, era el novio de Chinchón pero le tenía ganas a la otra y se hizo el drogado para tener una excusa que endilgarle a Chinchón si ésta se enteraba. Y se enteró, claro, si se lo dijo la otra, así, tan pancha. La cosa es que Chinchón se puso a despotricar (no voy a reproducir los epítetos acá), le propinó unas buenas patadas al contenedor de basura y se fue hecha una furia. En definitiva, una lady, Chinchón, porque podría haberle encajado las patadas a la otra, pero no, se fue. Mientras,  la otra le gritaba que peor sería que ella, que era la amiga, no se lo dijera. También se me escapó la lógica de esa afirmación. Vamos, díganme si no es una clase de lealtad de lo más bizarra. Al fin y al cabo, por lo que se podía entender, todo el asunto se trataba de un clásico caso de cuernos entre novio pizpireto y amiga de la novia. Y la novia era Chinchón que, a la luz de las cosas que vociferaba mientras se alejaba calle abajo, no estaba para nada feliz con su destino de cornuda. Lo que me quedó por saber fue si la otra también estaba o se había hecho la drogada para poder encamarse con Adrián. En fin...
Lo siguiente que supe, días después, es que Chinchón no sólo había mandado a Adrián al cuerno, sino que además había ido a hablar a la pensión de la ex amiga para que la echaran a la calle, por deshonesta y mala amiga. No sé si habrá logrado su cometido, pero eso comentaban dos mujeres, para quien quisiera oírlo, sentadas frente a casa. Así como les cuento. Ahí me enteré que la ex amiga se llamaba María (la María). Parece ser que María fue a reclamarle a Adrián que por su culpa Chinchón había hecho eso de ir a hablar mal de ella a la pensión, pero, por lo que comentaban estas otras dos a las risas, Adrián se había hecho el que no sabía nada y que aún no entendía de dónde había sacado Chinchón que él se había acostado con María. Cualquiera diría que  Adrián es, sin lugar a dudas y a todas luces, un bandido, pero ahí parece que andaba, todo desconcierto, real o fingido, el pobre.
La parte más dramática fue unos días después de lo anterior: las mismas dos mujeres que comentaban lo divertido del caso de Adrián y sus enredos de polleras, le reclamaban a Chinchón que por culpa de ella le habían encajado un buen par de puñaladas a Adrián. Nunca explicaron cuál fue la situación, los culpables, ni el motivo del ataque, pero estaban furiosas con Chinchón, así que no sólo no le dieron el cigarro que ella les pidió y que motivó la charla, sino que además la echaron a cajas destempladas y le prohibieron por siempre jamás volver a dirigirse a ellas mientras además le informaban que estaban juntando plata para llevarle a Adrián al Maciel, “¡por tu culpa, por tu culpa!”. Más patadas al contenedor e insultos. Por lo que pude entender Adrián se estaba recuperando, gracias a Dios, y allí, en el Maciel, estaba a salvo, al menos por ahora, de Chinchón, María y toda la otra gente, tan dada a las puñaladas. A mí me preocupa lo que pueda pasarle cuando le den de alta, porque si Adrián es muy de hacerse el drogado para tener sexo, no dudo que cause resquemores a diestra y siniestra. ¿Qué tal? Mi barrio es muy pintoresco, ¿verdad?

sábado, 22 de febrero de 2014

SEIS (CABARET DRAMÁTICO)

Atenti todos, que el 28 de febrero, a las 21:00 horas, se estrena “Seis, Cabaret Dramático”, con dramaturgia de mi autoría y la dirección de Fernando Rodríguez Compare. Va a ir en la Sala 2 del Teatro Circular.
La obra toma como punto de partida los asesinatos de las seis chicas trans que ocurrieron entre el 2012 y el 2013. Sólo uno de esos homicidios fue aclarado. Los culpables de los demás andarán por ahí todavía.
Pero, si bien la obra parte de esos asesinatos, no son los asesinatos en sí mismos lo que ésta trata. La obra habla más bien de cómo la sociedad encara temas como la discriminación y la diversidad, y de cómo se trata al “diferente”. “Diferente”, así, bien entrecomillado. “Diferente”, definición odiosa si las hay para referirse y definir al otro, cuando lo cierto es que el otro siempre es diferente a uno. Todos los otros son diferentes a uno, por suerte, y ahí vamos todos, tan contentos con eso. A mí, por ejemplo, me encanta no ser igual a mis vecinos, pero no estoy pensando en matarlos por no ser iguales a mí. Y alguno me dirá que estoy simplificando el asunto. Pero no.
Bueno, la obra trata sobre eso y de otras cosas, seguramente, pero ahora, mientras escribo esto, es lo que me viene a la cabeza. En ella aparecen madres, vecinos, padres, hermanos, algún futbolista, una psicóloga, "drag-queens", con los actores, que están bárbaros, transformándose en escena, y hay además algunas canciones y algunas proyecciones. Todo para contar cómo, quizás,  se vive en el entorno del “diferente” y las decisiones que tomamos a veces acerca de ellos. Hay humor y dramatismo por partes iguales. Anoche fui a un ensayo y me volví, la verdad, chocho de la vida.
El elenco está formado por Fernando Amaral, Anselmo Hernández, Alicia Dogliotti, Sebastián Cardozo, Lucía García y Nino Márquez.
¡Los esperamos!