En
San Ignacio de Moxos, Bolivia, hay una laguna: la laguna de Isireri. Hay muchas
leyendas que explican la existencia de esa masa de agua en ese lugar y que en
general involucran a un espíritu o "jichi" en forma de serpiente que rapta a un niño pero
deja, como pago o resarcimiento, ese enorme ojo de agua fuente de vida. Sobre esa
leyenda trabajamos con mis compañeras de Medusa Teatro, Alicia Dogliotti y
Gianinna Urrutia, en febrero de este año, cuando fuimos a ofrecer un taller de
Arte Escénico para la Escuela de Música de San Ignacio de Moxos, atendiendo a
la invitación de su directora, la queridísima Raquel Maldonado. Durante el trabajo
fueron surgiendo y escribí estos breves textos que cuentan los hechos desde cada una de
las partes implicadas en la versión más consensual de la leyenda: la serpiente,
la madre que lava ropa en unos pozos o "yomomos", y su hijo, Isidoro. Alrededor de esta historia y estos textos hicimos,
con los alumnos de la escuela, niños, adolescentes y adultos, un evento
performático a orillas mismas de la Laguna Isireri. Una experiencia que aún nos
ocupa buena parte del corazón.
I
Mil
años. Mil años he dormido. Mil años he soñado. He soñado con el agua, he soñado
con el sol. Mil años. La luna me ha cantado y en mi sueño de mil años la he
escuchado. Sus canciones son de plata y tantas me ha cantado que me he quedado
quieta. Mil años escuchando, mil años esperando, mis ojos vueltos hacia adentro
en el sueño de mi alma. Un grito me ha despertado: "¡Isidoro!", y es
lo que hay dentro del grito lo que me ha llamado. "¡Isidoro!".
Voy
hacia allí, sacudiendo mi sueño de mil años, sollozando por mi sueño de mil
años. "¡Isidoro!", grita una vez más la mujer, y yo voy hacia él
porque, de pronto lo he sabido, es a él a quien yo quiero.
II
Algo
va a ocurrir. Lo siento en el cuerpo, en todo el cuerpo, pero sobre todo en las
manos. Sí, las manos. No parecen mis manos. No sé qué significa. Aunque quizás
no sean las manos sino la misma ropa. Las manchas no salen, es como si no
quisieran salir, y por eso sé que algo va a ocurrir. ¿Cuántas veces he lavado
esta camisa? ¿Cuántas? Muchas, y nunca, jamás se había comportado así, como si
no quisiera que la lavara. Y después está el silencio. Nunca antes hubo este
silencio. Siempre están las ranas comadreando, los pájaros cantando, la selva
respirando, todo hace ruido, pero hoy el silencio es tan duro que hasta me
provoca un temblor. ¡Isidoro! Ay, este hijo mío, perdido en el silencio...
¡Isidoro!
III
El agua me está mirando. Hace un rato me pareció
ver en el fondo oscuro algo así como... un par de ojos amarillos, enormes. Fue
un instante, pero creo que sí, dos ojos amarillos... ¿Será el sol? El sol, un
reflejo, un algo amarillo asomando desde el fondo... Mi madre grita:
"¡Isidoro!". No es la primera vez. "Sí, mamá", respondo. No
la veo desde donde estoy, pero me grita y le respondo y de pronto allí están
otra vez los ojos, sólo que ahora los puedo ver con claridad, mirándome desde
el agua, como si fueran parte del agua. "¡Isidoro!", grita mi madre.
"¡Isidoro!", dicen sin decir los ojos y yo me dejo caer. Caigo como
una piedra al propio fondo de los ojos que me están llamando y de pronto el
agua es mucha y lo cubre todo. En el fondo hay, podría jurarlo, un silencio de
mil años.
Rumbo a la laguna. |
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