sábado, 18 de enero de 2020

Pensando en Valizas y "La bondad de los extraños"

Hace un par de días, en Valizas, balneario uruguayo, una chica perdió la conciencia y se despertó en el baño de un boliche para descubrir  que su vagina había sido salvajemente mutilada. La joven no guarda recuerdos del hecho, por lo que se sospecha que fue drogada. A propósito de este acto terrible, Martín me recuerda "La bondad de los extraños", un texto que escribí hace algunos años y que fue llevado a escena por Lila García, con un elenco maravilloso: Alicia Dogliotti, Pablo Robles, Gianinna Urrutia, Elina Marighetti y Paula Botana.
No es nuevo esto de mutilar los genitales de las mujeres y no responde únicamente a rituales de exóticas culturas "salvajes" que "no saben lo que hacen", sino, como es el caso de Valizas, a la más simple perversión comparable a otra cosa que ocurre con brutal frecuencia: tirar ácido a la cara de las ex novias, ex esposas o cualquier mujer que pretenda no cumplir con los mandatos y caprichos de los hombres. La mutilación genital femenina siempre ha estado más cerca de lo que pensábamos y lo cierto es que las mujeres nunca han estado seguras. Nunca. De eso trata, entre otras cosas, "La bondad de los extraños". Acá les dejo un fragmento. Las fotos de la obra, claro, son del mágico Alejandro Persichetti.




Blanche encuentra una página en la historia clínica. Le tiende la historia clínica abierta a Collins, éste la toma. Mira a Blanche con curiosidad.

Blanche: Lea.

Collins lee.

Blanche Joven: “O le ponés freno a esa hija tuya o se van a tener que ir”. Eso dijo mi abuelo. Fue al mediodía, estábamos todos en la mesa. Mi abuelo hacía eso, daba sus anuncios y sus órdenes al mediodía o a la cena, cuando todos estábamos a la mesa, para que todos se enteraran y nadie dudara ni por un instante de su autoridad. Mi madre crispó los puños, y yo todavía no entendía que el abuelo hablaba de mí.
Louise: Porque todos hablan, hablan, hablan. Pero nunca nos dicen nada.
Blanche: Me dio un cachetazo, allí, delante de todos.


Blanche Joven: Mi madre ya había intentado todo para que yo dejara de masturbarme, pero yo no podía ni quería evitarlo. Luego de mis revelaciones en el bayou, parecía que todo me llevaba a ese lugar entre mis piernas… ¡Yo ni siquiera me daba cuenta de cómo empezaba! Mi madre, que no solía prestarnos mucha atención, un día observó que yo andaba como alucinada y no tardó en entender el motivo. A mí se me había abierto una puerta que mi madre se empeñó en cerrar sin dar explicaciones. Primero fue un bofetón. Luego otro. Luego una paliza con la fusta de mi padre. Pero nada, no había manera, de alguna manera u otra, yo siempre terminaba con las manos ahí. (Se ríe) “Ahí”. Ni siquiera hoy puedo decir el nombre. “Ahí”. Pero nadie me explicaba nada, así que yo no entendía por qué no podía tocar mi cuerpo ni qué mal hacía. Los golpes no dieron resultado. Lo siguiente fue atarme las manos a la hora de dormir e incluso, un día, atarme en el patio, como a un perrito que se hubiera portado mal. Luego alguien le dijo algo acerca de la pimienta de cayena, y empezó a untarme los dedos con salsa de pimienta. Nada. Y después mi abuelo dijo eso que dijo, y lo siguiente es que mi madre me llevó al médico para que me operaran de apendicitis. El médico, mientras me ponía la mascarilla de la anestesia me dijo: “ya vas a ver: después te vas a sentir mucho mejor”.


Blanche: Quise preguntarle de qué hablaba, porque en realidad, en ningún momento me había sentido mal, pero la anestesia estaba haciendo efecto y me dormí. Recuerdo con aterradora claridad la cara amable del hombre, tranquilizándome antes de hacer la salvajada que estaba a punto de hacer.
Collins: Blanche…
Blanche: ¿Qué?
Collins: No sé si…
Blanche: Sí, eso que está pensando.
Collins: No puede ser…
Blanche: Oh, sí… Me amputaron el clítoris, doctor.

Collins la mira con horror. La luz sobre ellos se extingue rápidamente. Louise y Delphine siguen sentadas en la cama. Delphine le toma la mano a Louise y apoya su cabeza en el hombro de ésta. Mientras Louise habla, Delphine le acaricia la mano, el pelo, la mira con ternura infinita.



Louise: (Al público) Mi nombre es Louise. La mayor parte de mi problema, por llamarlo de alguna manera, es que nadie me explicó nada, nunca. No porque las explicaciones, en mi caso, hubieran servido para algo, pero aún así… ¿No es natural que una se vuelva loca cuando se da cuenta de que han dispuesto de su cuerpo sin siquiera pedirle una opinión? En las fotos que existen de mí cuando era una niña pequeña, se puede observar a un pequeño ser humano feliz, lleno de vida. Pero en las fotos siguientes, luego de mi cumpleaños número seis, mi gesto se ve cambiado. Hay dolor, rabia contenida, una profunda tristeza… Nadie me preguntó nada. Todavía no sé bien qué me pasó porque, aunque pregunté, no obtuve respuestas claras. Y me volví loca. Loca de la pena, loca del dolor de saberme incompleta y no entender por qué. Sé que mi padre murió poco después de que me internaran. Mis hermanos se olvidaron de mí. No sé dónde están, no sé si tengo sobrinos… Nada. Básicamente, no sé quién soy. Me di cuenta de todo temprano en la adolescencia. Mi madre había muerto, y esa primera noche mi padre me mandó a dormir a lo de unos tíos, con mis primas. Mis primas eran muy divertidas, y muy… libres. Se desnudaron delante de mí esa noche, mientras se preparaban para acostarse. Era la primera vez que yo estaba en una misma habitación con otras mujeres desnudas, así que las observé. Y me di cuenta de que algo era diferente. Mi vulva era diferente… De hecho, yo no estaba segura de tener una vulva… tenía algo, pero ciertamente no era como la de ellas… Pero lo más sorprendente era la naturalidad con que ellas vivían su desnudez. Se lo pregunté después a mi padre. “Ya sabés cómo era tu madre”, respondió. Y fue todo lo que dijo. Pero yo recordé que el año anterior, cuando mi primera menstruación, mi madre me había llevado al ginecólogo. La peor vergüenza de mi vida, yo, en esa camilla. Tal era mi vergüenza, que no recuerdo nada de la conversación que tuvieron mi madre y el médico, allí, delante de mí. Cuando salimos le pregunté a mi madre qué era todo aquello de lo que hablaban y me dijo, casi con rabia: “Nada de tu incumbencia”. Eso me dijo. ¿Nada de mi incumbencia? ¡Era de mí de quien hablaban! De mi vulva, mi vagina, mi clítoris, mi menstruación… De mí… A fuerza de romper platos y aullar hasta quedar morada logré que mi padre me dijera que me habían extirpado los labios cuando tenía un año, y el clítoris cuando tenía seis, a pedido de mi madre. Menos de dos años después de su muerte, mi padre y mis hermanos me encerraron aquí. Fue por mi depresión, por mis ganas de morir, por mi rabia, que se me hacía difícil de contener, pero sobre todo para que no preguntara más nada y para esconder la vergüenza de su delito… No resisto bien la felicidad de los demás, no la entiendo. Y resulta que acá, al menos, todas, de una manera u otra somos raras.



Delphine la abraza. Vuelve la luz sobre Blanche y Collins.

Collins: Oh, Blanche…
Blanche: Una piensa que esas cosas ocurren en lugares distantes, exóticos, salvajes, en África, en Asia, sitios como esos. ¿No lo aprendió en la universidad? ¿Sabe cómo fue? Los médicos, en el siglo pasado, iban a los mercados de esclavos y veían a todas esas africanas amputadas y las encontraban tan apacibles, tan resignadas... Aprendieron el procedimiento, en nombre de la ciencia. Los tipos pensaron que habían descubierto la cura para la histeria, ¿entiende? Se creyeron… no sé qué se creyeron… Pero lo han estado haciendo… Lo siguen haciendo. Durante mucho tiempo pensé que era la única, pero no… he visto a varias aquí adentro, además de a Louise… ¿Nos puede culpar por volvernos locas?
Collins: Qué horror… No sé qué decir… Yo… ¿Y usted? ¿Cómo ha vivido?
Blanche: ¿Alguna vez ha sentido un dolor muy fuerte?
Collins: Sí.
Blanche: Multiplíquelo por cien.
Collins: No lo puedo imaginar.
Blanche: Ni podrá. Porque si fuera sólo el dolor del cuerpo… Pero no.


Blanche Joven: Yo me buscaba la cicatriz de la operación de apendicitis y no la encontraba, pero sentía ese dolor terrible entre las piernas. Y nadie me decía nada.
Blanche: Me trataban como si en efecto me hubieran operado de apendicitis. No me dejaban levantar, me daban sopa de verduras, pollo hervido, cremitas de fécula… No sé cómo he vivido.
Blanche Joven: Y días después, cuando el dolor había cedido, quise tocarme, pero algo se había apagado. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo. Y después, me olvidé de todo… Olvidé todo…
Blanche: Han tenido que pasar años y desgracias sobre desgracias para que yo pudiera recordar todo… Y lo peor es que al principio no quería creer en lo que recordaba.
Blanche Joven: Tenía que ser un sueño. No podía ser cierto. Era un sueño. Sí, sin duda había sido un mal sueño.
Blanche: Salí furibunda a acostarme con todo el mundo. Y lo hice. Me acosté con todo el que quisiera acostarse conmigo. ¿Para qué? Para no sentir nada. O sentir algo, pero nunca llegar a nada, nunca, jamás poder llegar a nada.


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