miércoles, 30 de marzo de 2022

El teatro y mis límites/ El trabajo y los límites

 



Hay ámbitos en los que uno no puede elegir con quiénes trabaja. Una oficina, por ejemplo, o un empleo público, un colegio, una carnicería, yo qué sé: básicamente cualquier lugar a donde a uno le paguen un sueldo, cualquier lugar del que uno no sea el dueño. Pero hay otros ámbitos en los que uno sí puede elegir con quiénes trabaja, incluso aunque el ejercicio de esa libertad lo deje a uno, a veces, sin hacer lo que más le gusta hacer. En mi caso, claro, me refiero al arte, que es algo que uno más o menos elige y que hace, la inmensa mayoría de las veces, por puro amor al propio arte, a lo que éste nos deja en el alma y a lo que uno aprende de sí mismo en el camino. Para mí, ese lugar bien específico es el teatro, que es mi vida toda. Yo no soy sin el teatro y por eso cada vez soy más dramaturgo que otra cosa. Entonces me pasa que si voy a trabajar en teatro, trato de elegir de quiénes me voy a rodear. Voy teniendo cada vez más claro quiénes son esas personas porque si bien soy de proceso lento para algunas cosas, mi ser escritor me lleva a pensar, pensar y pensar, y en general termino por llegar a algunas conclusiones válidas para mí mismo. Todo es subjetividad, por supuesto, pero supongo que estoy alcanzando una edad en la que puedo y debo elegir, sobre todo por una cuestión de salud mental y porque algunas cosas me hacen sentir profundamente agredido. ¿Cuál es el límite que define ciertas decisiones? Tiene que ver con la tolerancia. ¿Qué tanto puede uno tolerar? Tiene que ver, necesariamente, con cuestiones políticas, entendida la política en su concepción más amplia, no en lo mero político-partidario aunque, a este respecto, podría decir varias cosas. Por ejemplo que me cuesta, en este momento particular de mi vida, trabajar con gente de partidos que cobijen en sus filas y hasta les den puestos de poder a personas homofóbicas, transfóbicas o que manifiesten odio al diferente y, claro, a los pobres. Tenemos muchos de esos en el gobierno actual y me causa espanto, porque para mí está meridianamente claro que el intolerante no debe ser tolerado. O sea que, para hacerla más corta,  el límite, para mí,  lo ponen los Derechos Humanos. La comprensión de la naturaleza de los Derechos Humanos y la actuación en consecuencia define, para mí, el ser buena persona o no. Me van a decir que el tema es, seguramente, más complejo. No lo dudo. Puedo ser muy limitado, lo reconozco, pero no soy obsecuente, no me cuesta nada admitir el error y, mucho menos, pedir disculpas. Pero, y ateniéndome a esta perspectiva, se me hace muy cuesta arriba trabajar con malas personas, así que no lo hago si puedo evitarlo. Y, como decía, tiene que ver con los Derechos Humanos, que delimitan, entre tantas cosas más,  la irreconciabilidad de algunas circunstancias. 

Si hay algo que me ha dado el teatro es el ejercicio permanente de la empatía, no entendida como el tan manido “ponerse en los zapatos del otro”, sino más como “sentir con el corazón del otro”. Y de verdad es un ejercicio permanente. Los que conocen la que ha sido mi línea principal de trabajo en los últimos años saben que en más de una ocasión he tenido que “bajar al barro” a conocer de primera mano un montón de situaciones para poder contarlas en la escena. Situaciones que, la mayoría de las veces, han dejado a mis propios dolores necesariamente relegados al estante de las cosas estúpidas. Situaciones que me han puesto a preguntarme de qué cornos me he estado quejando toda la vida y me han obligado a replantear infinidad de cosas que creía tan ciertas como árboles. Lo que aprendí, un poco rebobinando, es que hay cosas que no deben ser consentidas y que de lugares donde no se respeta y hasta se hace burla del dolor ajeno, uno debe salir corriendo.

Me pasa entonces que me cuesta mucho convivir o tener vínculos de trabajo artístico, ya no digamos amistad, con personas que, por ejemplo, hayan votado a favor de la derogación de la Ley Integral para las Personas Trans, que se hayan opuesto al matrimonio igualitario o hayan hecho campaña en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Y me cuesta porque hay diferencias filosóficas insoslayables que tienen que ver con las ideas que tenemos todos acerca de la propia vida, la libertad y el libre albedrío. Tampoco puedo trabajar con personas que digan, crean o se regodeen en comentarios y frases del estilo “Si te preocupa el hambre, enseñá que la comida sale de la tierra, no del MIDES”, como tuve la mala suerte de leer hace unos días en un posteo que culpabiliza a los pobres por ser pobres y no entiende, en su afán de desparramar odio, una cosa mínima con la que cualquiera podría empezar a desmontar una idea tan estúpida y malintencionada como esa: ¿y si la persona no tiene tierra o acceso a ella? Y no me vengan con lo de la metáfora, porque al final las cosas son metáfora cuando les conviene. Hay que hacerse cargo. La sola idea de que haya gente que realmente piense que los pobres son pobres porque quieren me indigna soberanamente y hoy elijo no trabajar con esas personas. Límites: sos buena persona o no sos buena persona. Te importa el otro o no te importa el otro. Lamentablemente, no puedo confiar en nadie que vea al otro con tanto desprecio y si algo se necesita en el teatro es confianza. Tampoco trabajo con personas que ejerzan violencia sobre otras. Ya no. Este ha sido un viaje largo, porque a todos nos ha costado aprender a identificar la violencia que tiene incluso formas poco publicitadas como el “ghosting”, que es cuando alguien intenta comunicarse con otro pero el otro lo ignora a propósito,  una vez, y otra y otra, cortando toda posibilidad de diálogo y sin dar explicaciones a tanto destrato. El “ghosting” es violencia y las personas que hacen “ghosting” están ejerciendo violencia. ¿Hacés ghosting? Sos mala persona. Malísima.

Otra cosa que me pone los pelos de punta es la gente que el Día de los Desaparecidos sale en estampida a las redes a postear cosas onda “Si desaparecieron, algo habrán hecho”, o cosas acerca de Pascasio Báez, por ejemplo, como si una cosa fuera comparable con otra. Como si el Día de los Desaparecidos tuviera remotamente algo que ver con Pascasio Báez. Pero ahí están, cagándose en el dolor de un montón de gente posteando cosas sobre Pascasio Báez que, sí, más vale, pobre, es espantoso lo que le pasó, a él y a su familia, pero ¿qué tiene que ver? ¿Qué estás intentando demostrar? ¿De dónde te salen esos sentimientos vengativos? ¿Qué tiene que ver? ¿Realmente te parece más importante lo que vos pensás y querés demostrar que el dolor de tanta gente que lo único que quiere es saber dónde están sus muertos? ¿Te importan más tus convicciones políticas y tu odio que el dolor de tanta gente? ¿Querés hacer teatro y pensás que la Antígona de Sófocles no nos está diciendo algo acerca de esto? ¿Y la empatía? ¿Y el respeto por el dolor ajeno? Además, y para usar el ejemplo y por si no lo pensaste: Pascasio Báez tiene su tumba. Su familia tiene dónde llorarlo. Los desaparecidos, en cambio, siguen desaparecidos. Y eso es sólo un detalle, porque de todos modos las dos situaciones no tienen absolutamente nada que ver una con la otra, no son comparables y ninguna paga ni refuta a la otra de ninguna manera. Lo único que queda demostrado cuando te mandás una cosa así es tu pobreza de espíritu, tu ausencia de empatía. Fallaste como ser humano. Ahí está el límite: no puedo trabajar contigo. El límite claro, preciso, elocuente: sos buena persona o no. Yo respeto muchísimo tu ser como quieras ser, pero también me respeto a mí, así que no trabajo contigo por diferencias irreconciliables en torno a cierta mirada sobre la vida y porque, lo dije más arriba, esta clase de postura me agrede profundamente en el alma y en el centro mismo de mis convicciones. No trabajo contigo porque pienso que sos una mala persona. Por ahí vos no pensás todo eso que enumero acá, pero no tenés problema en trabajar con gente que piensa esas cosas y, bueno, lo más probable es que tampoco quiera trabajar contigo, porque si bien no creo en aquello de “Dios los cría, ellos se juntan”, yo qué sé: la complacencia de unos frente a los dislates y la falta de solidaridad de otros me da qué pensar y hoy día me agota muchísimo. O sea, si sos intolerante, violento o reaccionario o si apañás a intolerantes, violentos y reaccionarios, no cuentes conmigo. ¿Se acota mi mundo laboral? Por supuesto, sobre todo en una ciudad tan pequeña como Colonia, pero es una decisión vital, no exenta de dolor, que me da tranquilidad de conciencia. Me vas a decir, ¿y vos? Yo me puedo estar equivocando, pero lo que es seguro es que estoy trabajando, y bien duro, para no caer en esas mismas cosas que detesto.







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