Terminé en estos días de escribir mi
nueva obra de teatro, “La desmesura”, texto que me ha llevado por caminos bastante
nuevos y desafiantes. El proceso fue más rápido y devastador que lo habitual en mí: seis
meses de pura intensidad. Y entre medio, ensayando y poniendo en escena mi obra "Seis, todos somos culpables" con mi gente querida de Colonia; el viaje a México para montar "Mi vida toda" y dar un taller de teatro para personas trans con mis compañeres de Medusa Teatro y la ida a Córdoba para ver la obra "Bilis Negra", de Daniela Martín y Maura Sajeva, pieza que en poco más de una hora me puso la existencia patas arriba y me tiene desde entonces calibrando sus efectos en mi alma. En fin... Todo un viaje en muchos sentidos y no sólo porque entre tanto movimiento la obra fue, en gran medida, escrita en aeropuertos, terminales de ómnibus y hoteles de cinco países: Uruguay, Argentina, Brasil, El Salvador y México. (Seré regio, che. Todavía no lo puedo creer, tanto viaje). O sea, ya el año venía movidito y encima me pongo a escribir esto. Si bien me doy cuenta de que este texto nuevo podría ser algo así como una evolución de “Tal vez tu sombra”, se ve que me agarró más grande y, aunque también
explora los derroteros de las relaciones de pareja y de algunos vínculos sexo-afectivos, la forma, los
temas de fondo y la manera de contarlos no son, me parece, los más habituales en mi producción. Y ocurrieron cosas "raras". Llegué, por ejemplo, a sentirme un mero espectador en algunos tramos del trabajo. Nos pasa eso,
pienso, casi siempre: por más que uno planifique, diseñe, tome miles de notas
mentales y en papelitos, hay un punto en el que uno tiene que soltar el timón para
entorpecer lo menos posible el crecimiento de sus propios personajes. Pero en este
caso la independencia de los tipos fue brutal. Tuve que lidiar con esa
sensación, que sospecho que es lo que devino en una muy dolorosa lumbalgia (la
edad, claro, pero también los afectos y la temática de la obra) y, además, con
algo que me ocurrió durante todo el proceso y es que mis personajes, por fuera
de la obra, empezaron a manifestarse en forma de poemas o textos poéticos ¡de
madrugada! Yo soy lo más diurno que hay, a las once de la noche me metí en la
cama y no me hables hasta la mañana, pero los tipos se empeñaron en despertarme a
las tres de la mañana para contarme estas cosas que pongo a continuación. Nunca había escrito poesía hasta ahora, (miento, entre los 18 y los 20 escribí unas
cosas horribles, claro, como todo el mundo) y no sé si voy a seguir, porque
esto ocurrió en estrecho vínculo con la escritura de la obra y son sensaciones
que corresponden a los personajes y las cosas que les ocurren en ella. Escribí
algunos textos más pero siento que estos cinco, puestos en orden cronológico,
cuentan mucho de mi proceso y del pathos de la obra, y por eso me interesan sobre todo ahora que estoy cerrando, revisando y revisándome.
Algunos los he compartido en las redes y ahora los reúno acá por dos motivos:
para no perderlos y porque el señor Blogger me dijo que si no publico algo pronto me
va a clausurar. Un antipático, pero es verdad, tengo el blog abandonadísimo. ¡No puedo con todo,
che! Así que esta es una buena excusa para
mover un poco las cosas y para ayudar al cierre y las despedidas.
Por cierto, “La desmesura” ya tiene
elenco, directora y equipo técnico. Estrenamos en marzo. Les avisaré
oportunamente. Acá van los poemillas y unas fotitos del elenco y la directora de la obra, en una pre lectura que hicimos hace un par de meses, cuando la obra estaba por la mitad. Necesitaba escuchar las voces de los personajes, así que le pedí a la directora, Andrea Rodríguez Mendoza, que juntara elenco: Emilio Gallardo (ya se puede decir: es mi actor fetiche), Bruno Guerra, Franco Rilla y Federico Repetto. Con ellos vamos a estrenar en marzo, estoy enamoradísimo. Son un grupo humano increíble y talentoso. El de la compu soy yo, claro, escribiendo en un aeropuerto, El Salvador, creo.
I
Habito
un universo
renacido
por tu voz-
zigzag
de escamas verdes
susurro
deslizante
marca
de humo
color
de humo
olor
de humo-
que
aún muda
y
tratándome de usted
se
trepa,
enroscada
por mis piernas,
hiedra
fatal
que
me devora
II
Inventar
o hacer el intento de inventar
un
nuevo trazado para la intimidad.
La
timidez del principio
y
sus torpezas
Los
“confiá en mí”, los “yo me ocupo”
El
café, un libro, una ventana
El
mechón de pelo rebelde que hay que domar
con
la propia mano o la del otro
Los
violines de Biber, “Volver a los diecisiete”,
Un
rayo de luz, una rama
la
luna y los abrazos
Todo
lo que parece nuevo
porque
lo vemos juntos en este “juntos”
que
intentamos crear
Una
idea sobre el destino
Forzar
la casualidad
Buscar
la causalidad
Encontrar
la diferencia en la evidente similitud
y
agradecer en silencio esa diferencia
y
la capacidad de sentir esto
que
tal vez nos destroce
otra
vez
Llorar
las lágrimas de una emoción
que
siempre,
siempre
parece nueva
Y
así con todo. Otra vez.
Vuelve
a empezar.
III
Pensé que iba a ser posible
hacer silencio
desaparecer
acallar el aturdimiento de plomo
las voces
Dejarte ir
pensar como si nada
en
tu espalda enfundada en gris
atravesando aquella puerta
dejándome atrás
Pensé que podría
ser la piedra de mi propio nombre
La piedra fría
dura insensible muerta sorda
inmune al aullido voraz
de los lobos del tiempo
capaz de no contar los días
las horas
los besos
La piedra apaciguada
que desde el fondo oscuro
ve sin inmutarse
la estampida de este río enceguecido
de existir
Todo eso pensé pero no pude:
en el torpe intento de negarme
envejecí cien años
No soy más que un grito decrépito
buscando romper desde la nada
sin armas ni esperanza
tu indiferencia de cadáver.
IV
Estuve ahí
bajo esa ruana
es verdad que estuve ahí
Sentí tu olor
sentí los latidos de tu corazón y
más importante
sentí el latido de nuestros corazones
casi al unísono
o eso me pareció
Pero no fue
no pudo ser
La ruana, negra, me rozó la cara
cuando me abrazaste
Recuerdo la aspereza del tejido
y cierto susto, cierto pasmo
la inquietud
Tal vez eso debió advertirme
no lo sé
Quizás nada latía al unísono
ni siquiera entonces
¿Qué le voy a hacer?
Siempre creo sin preguntas
en todo aquello en lo que decido creer
El más terco, es verdad. No me arrepiento.
Tal vez hubo señales
pero no importaron:
no importaron los pájaros
huyendo del balcón cuando entramos
ni el humo del palo santo, después,
escapando por la ventana
para fundirse en aquel viento helado
Ni tus propios ojos
perdidos en algún lugar
fuera de mí, lejos de mí y de ti.
Todo huía de la marea del desamor,
imparable hambrienta feroz,
y su resaca. Todo huía
como en un big-bang siniestro.
Ahora lo veo
entonces no.
Pero estuve bajo esa ruana
y en tus brazos, no lo soñé
ni siquiera vos podrías negarlo
Yo no podría tampoco
ni quiero
El amor desconsolado
siempre buscará su colmo
en esa imagen en la que pueda verse
justo antes del desconsuelo,
justo antes de olvidar
que supo tener otro nombre.
V
Vine a decirte que te amo.
Desde algún lugar imposible, tal vez, puede ser
Quizás. No sé bien, pero sí:
te amo desde una de esas zonas recónditas del alma
en las que uno amontona las cosas que duelen
o avergüenzan
o nos brillan demasiado como para andar mostrándolas
Como
mi madre, que guardaba sus mejores joyas
en una cajita al fondo de un ropero
fuera de la luz, para nunca usarlas
Y esto te lo digo porque sé que algo intuís
acerca de alhajeros y, quizás, de tesoros
escondidos
que resultan no servir para nada de lo que uno
quisiera:
un par de besos
más de un abrazo
ciertas miradas
ciertas palabras
algún portazo del que pensamos, en su momento,
que protegía nuestra dignidad, nuestro estar
enteros
y no: sólo
era ruido para ocultar lo transparente.
El caso es que hay amores que enceguecen, ya lo
sabés
No necesitás que te lo diga yo, tan luego
Yo, tan nadie. No necesitás que me arrogue ciertas
voces,
ni que haga de mis afectos prebendas. Yo tampoco.
Tan vano todo, ¿verdad? Mi pretensión,
digo, aunque ya pueda reírme.
Pero si te lo cuento es porque
merezco decirlo después de todo
y porque creo que merecés saberlo:
te amo. Al fin y al cabo el amor en sí mismo
siempre es una cosa buena. ¿Por qué no iba a
decírtelo?
Te amo. Punto. La frase no continúa más allá de ese
lugar.
Te amo, creo, como se ama a algo que uno no puede
asir
pero igual está allí, de alguna manera
como algo en lo que uno cree sin haberlo visto
como algo que a uno le contaron, pero no vivió
Como si tuviera fe, por ejemplo
o creyera en Dios, en cualquier dios,
cualquier encarnación de lo divino
en la tierra y al revés, ¡justo yo,
que hace años que no creo en nada!
Un dios. Es posible que te ame así.
Como se ama a un dios, con temor reverencial
pero sin dramatismos ni urgencias.
Con la repentina claridad que da haber atravesado
ese río del dolor en el que me sumergí a conciencia
para nadar entre sombras
(los ríos del dolor siempre ocurren de noche),
sin detenerme. Llegué, no sé cómo, al otro lado
aterido y muerto de miedo porque descubrí
entre brazadas y manotazos
que la oscuridad respiraba conmigo
Pero estaba vivo, al fin, y pude dar algunos pasos
para alejarme de esa orilla. Algunos pocos pasos.
Dos,
tres, no muchos más: la orilla sigue ahí,
yo la
veo, ella me ve.
Total, que vos allá y yo aquí.
Yo, con la discreta calma de saber lo que siento
sin reproches ni planes ni nada estridente,
sólo el saber y el dudoso orgullo de sentir
ya por fuera de todo lo heroico y desmesurado
La discreta calma, ¿entendés?
Esa calma de la señora inglesa
que servía el té en medio del bombardeo
sin que le fallara el pulso
porque, claro: el té era
la completa razón de la existencia
El té era el que mantenía todo en su lugar
para que nada muriera. Así.
Así la calma.