Los que están “ahí
nomás”, muchachos, son los 40. A siete meses menos un día, exactamente. Hace un
tiempo que los veo acercarse sin prisa y sin pausa. Primero en pequeñas
constataciones, como por ejemplo cuando me descubrí la primera cana.
Yo tenía 32 años y
estaba en el baño del apartamento que compartíamos con mis amigas Rosina y
Vero. Me acababa de bañar y estaba frente al espejo y, de repente, no recuerdo
cómo, la vi, agazapada en la patilla izquierda. Agazapada y muerta de risa. Debo
confesar que me desesperé un poco. Llamé a Rosina, que hacía café en la cocina,
y ella, asustada por mi voz de persona desvalida de toda desvalidez, vino
corriendo. “¿Qué te pasa?”, me preguntó, preocupada. Y yo se la mostré. “Una
cana”, dijo, con cierta parsimonia, cuidadosa, tratando de no revolver el dedo en la llaga
del escarnio que estaba sufriendo (así de dramático me sentía). Yo, al borde de
la angustia, le pregunté: “¿Sólo eso vas a decir? ¿Una cana?”. Y ahí Rosina se
empezó a reír, con toda razón, así que yo me reí también. Pero la cana estaba
ahí. Bah, está ahí, sólo que ya no está sola, claro. Tiene un montón de
hermanas tan perras como ella.
Ya sé, a los 32 uno
no debería preocuparse por los 40, pero ese día me quedé pensando en los 40 y en que ocho años
pasaban volando. No les voy a decir que me deprimí ni nada de eso, pero creo
que ese momento fue la primera vez en que me enfrenté cara a cara con la
inexorabilidad del tiempo. Volviendo a las canas, cuando tiempo después me
encontré la segunda, las bauticé Jenny y Jemimah (se lee Yemaima). Y después desistí
de ponerles nombre: eran demasiadas.
Por aquel entonces,
en uno de mis desayunos de sábado con mi amiga Pepi, bloguera de pro, me dijo
que tenía que armarme un blog. Pepi es un poco como la Victoria Ocampo de la
posmodernidad uruguaya. Siempre está aconsejando a los artistas jóvenes que
hagan cosas y también, siempre que puede, los promueve y estimula a diestra y
siniestra y, bueno, un día me dijo eso: armate un blog. Ella, claro, ya tenía
el suyo. Yo le dije que sí, que cómo no, que me iba a armar un blog. Pero no lo
armé nada. Ahí quedó la idea, en mi lista de intenciones de Año Nuevo desde el
2005.
A todo esto, Miranda,
mi gata, está insoportable. Y ustedes se preguntarán qué tienen que ver mi
gata, las canas y los blogs. La cosa es así: Miranda está insoportable. Maúlla
todo el tiempo, por nada en particular. Y les juro que la he estado vigilando,
por si le pasa algo. Pero no. Te mira y maúlla. Eso es lo que hace, además de
que todo el tiempo está tratando de treparse sobre uno y, claro, llega un
momento en que uno se cansa. Al final llegamos a la conclusión de que está
vieja, nomás, vieja y maniática. Va a cumplir once años en cualquier momento. Ya sea que los años
gato valgan por cinco o siete años humanos (hay discusiones al respecto y nadie
se pone de acuerdo. Cinco, siete… Debería promediar en seis y listo),
pongámosle que Miranda tiene una edad respetable (55, 66 o 77, según la cuenta
que hagan), y el otro día, cuando luego de un par de semanas de poca paciencia
y muchas quejas de mi parte, Martín y Emilia me dijeron que estaba igual a Miranda,
yo no pensé en que Miranda está insoportable sino en que está vieja y ahí
mismito me dije: Puta, voy a cumplir 40 y yo sin blog.
Así que aquí estoy, a las apuradas. ¿De qué voy a
escribir? Ni la más remota idea. Improvisaremos sobre la marcha.
No es necesario apurarse! Falta un montón!
ResponderEliminarAbrazo!
Me parece verte gesticulando cada idea, la verdad un texto inteligente, me parece que sos narrador y autor complice en la última parte... buenaso Federico.
ResponderEliminarEduardo
Muy buenas las tres entradas del blog, que como siempre he empezado a leer de atrás para adelante. O sea, atrás viene a ser la 3er entrada y esta viene a ser adelante. Me he divertido mucho... y eso que este es sólo el principio! Arriba!
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