sábado, 21 de septiembre de 2013

Superstición





Nuestro microondas anda mal. O se puso rebelde. También, pienso yo,  es posible que esté poseído. En cualquier caso, hace lo que quiere: a veces calienta, a veces no. Calentar una taza de café te puede llevar tanto cuarenta segundos como un minuto veinte, según su estado de ánimo, así que todo el asunto es una aventura que se desarrolla de la siguiente manera: ponés la taza treinta segundos, la sacás, te fijás cómo quedó y luego vas calentando de a quince o veinte segundos, hasta que lográs la temperatura adecuada. Y les aseguro que la temperatura adecuada del café no es ninguna pavada cuando se toma tanto café, como hago yo, por el puro placer de tomarlo. Sin azúcar, por supuesto. La cosa es que usar el microondas se ha convertido en una actividad muy desconcertante.
Ahora que lo pienso, puede ser que se trate de una cuestión astrológica, algún planeta en movimiento retrógrado o algo de eso. No sería raro si pensamos que a  mi cuñada, hace un par de semanas, le explotó el microondas, súbitamente, sin aviso previo. No sé si llegó a explotar, pero sí es cierto que de repente empezó a echar humo y se prendió fuego porque poco después estuvimos en la casa de mi cuñada y se veían los rastros negros de la auto-inmolación del pobre. Ahora, el antaño útil electrodoméstico, oficia de apoya macetas en el patio. Sigue siendo útil, a su manera. Un caso claro de reciclaje y, si lo consideramos con creatividad, hasta de reencarnación.
La cosa es que le tengo un poco de miedo a la electricidad desde que tuve una muy mala experiencia con una heladera de casa de playa y la imprudencia de abrirla sin las chancletas puestas, razón por la que  pongo mucho cuidado con todo lo eléctrico y siempre que me mudo de casa lo primero que hago es averiguar dónde está la llave general. Me gustaría contarles cómo eso se ha acentuado con la cercanía de los 40 pero, el otro día, mi alumna Jimena se asomó a mi oficina y me dijo “Decime que es mentira que abriste un blog para hablar de que vas a cumplir 40, trastornado”. Yo la miré con mi mejor cara de culpable de delitos menores y ella, medio bufando, medio riendo, me cerró la puerta en las narices y me dejó ahí, hecho una piltrafa humana. Para peor, una piltrafa a punto de cumplir 40. No hay derecho. Resultado: obviaré los 40 por hoy.
Les decía, la electricidad me asusta y, por extensión, desconfío de los aparatos eléctricos. Así que cuando nuestro microondas empezó a funcionar  al garete, yo me puse muy cuidadoso al abrirlo. Lo abro de manera de quedar siempre detrás de la puerta. Me asomo, y cuando confirmo que no hay peligro, saco la taza, o lo que sea que haya puesto. Martín me vio el otro día y me preguntó qué cornos estaba haciendo. Yo le dije que me daba miedo el microondas. “¿Por qué?”, fue su pregunta. “Bueno… por lo que le pasó a Hermanini (que es como le decimos a mi cuñada)”. Y pensé, y se lo dije, craso error, que tenía miedo de que en esa confusión de potencias del horno, al abrir la puerta se me incrustara una microonda en el ojo, me perforara la córnea y me hirviera el cristalino. Bueh… Sí, se rió, claro. Mucho. Un bajón. Tal parece que uno no puede volverse maniático sin que la gente venga a mofarse. Pero en medio de su ataque de risa me dijo algo que me dejó pensando: “Eso, más que cuidados básicos en la cocina, parece superstición”. Yo me ofendí, obvio, pero igual me quedé pensando.
Resulta que cuando éramos chicos, siempre que toda la familia emprendía un viaje en auto, mi madre sacaba de la guantera una franela y le hacía un montón de nudos mientras recitaba “Pilato, Pilato, las colas te ato, si no nos pasa nada, las colas te desato”. Era todo un ritual, y mi padre no arrancaba hasta que mi madre no hacía eso. Yo creo que lo hacían para divertirnos.
Hasta que una vez mis padres hicieron solos el viaje de Durazno a Montevideo para cambiar el auto. Y lo cambiaron. Dejaron el Chevette y se volvieron con un Passat verde, cero quilómetro, precioso. Cuando estaban por llegar a Durazno en el auto nuevo, mi madre, que venía manejando,  perdió el control del volante al esquivar a un ómnibus de la ONDA y  el auto se salió de la ruta con tal mala suerte que se trepó a una montaña de tierra, dio una vuelta y media en el aire y se desplomó con las ruedas para arriba. Mi padre salió despedido por el parabrisas y aterrizó a muchos metros del auto, con el cuero cabelludo colgando de un lado de la cabeza, como si un Apache se hubiera arrepentido a medio camino de sacárselo del todo, y mi vieja quedó atrapada en el auto, comprimida entre el asiento y el techo. Por suerte sobrevivieron para contarlo. Cuando finalmente volvieron a casa, mi hermana, que era chiquita, preguntó, toda llorosa y asustada: “¿Le ataron las colas a Pilato?”. No. No se las habían atado porque la franela de los hechizos había quedado en el Chevette, en la concesionaria de Montevideo. 
Así que ríanse nomás de las supersticiones. Yo, por las dudas, seguiré poniéndome de costado para sacar las cosas del micro.

5 comentarios:

  1. Groso Fede! que lindo leer esto publica mas :-)

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  2. Aay que bajón lo de tus padres... Por otro lado para mi el problema de tu microondas seguro es por culpa de algún satélite o planeta que se está confabulando para que tomes menos café!!!! Jajaja

    Me re gusta tu forma de escribir!! Se extraña mucho! Espero estés bien!

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  3. Me siento tan identificada querido amigo. Mi micro me hace las mismas trastadas que a ti pero al calentar el café con leche. Es un muy mal microondas.

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    1. Es lo que digo, cuando el micro se pone perro, no hay quién lo aguante!!

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