El jueves de la otra semana me desperté sintiéndome medio mal y con
fiebre. 38.5, exactamente. No le di pelota y me fui a trabajar de todos modos.
En el correr de la mañana me fui sintiendo cada vez peor, pero me tomé unos
perifares y seguí adelante. De tarde seguía con fiebre. Igual, volví al
trabajo, religiosamente, a las 18:00. De noche, al llegar a casa, me quería
morir, así que me metí en la cama y me dormí, bah, me desmayé hasta el día
siguiente. Me levanté de nuevo con fiebre, pero cuando me disponía a hacer todo
eso que uno hace al levantarse (las abluciones matinales y los huevos
revueltos) Martín logró apropiarse del termómetro y vio lo insoslayable: 38.9.
Yo me hice el canchero y le dije que igual iba a trabajar, mirá si iba a faltar
así, avisando tan sobre la hora, que daba clase a las 8:00 y que bla, bla, bla.
Para qué. Martín, casi que fuera de sí, amenazó poco menos que con atarme a la
cama y en medio de la diatriba que me soltó acerca de lo irresponsable que era con
mi salud y la mar en coche, me encajó un perentorio “¡ya no sos un chiquilín!”
que me sumió en la depresión, me hundió en el sillón y me hizo decirle que “bueno,
está bien, llamá al médico”. Llamó al médico y yo llamé a la Escuela para
avisar que no iba. Desde la Escuela Jimena me dijo que tenía voz de cadáver y escuché
a Anselmo de atrás que le decía “¡que no se preocupe, nos arreglamos!”. Corté
con cierto alivio pero, en la media hora que demoró en llegar la doctora, envejecí unos 47 años por culpa del “ya no sos un chiquilín” de Martín. Sí. Para
cuando la doctora llegó, yo era un anciano muriéndose de algo gravísimo.
Tremendo.
La doctora entró. Yo tosía y sudaba. La mujer me miró con suspicacia. “¿Fumador?”, preguntó. Yo palié el tenso momento
mirándola de cotelete y con un nuevo acceso de tos. Ella sonrió con sorna y ahí
fue cuando Martín me vendió con total descaro: “sí, fuma”. Yo lo miré,
incrédulo, desarmado, dispuesto a no perdonarle nunca, nunca, tamaña traición.
Total, la mujer me auscultó y, rápida para el diagnóstico, sentenció “Bronquitis.
Aunque muchos de esos chiflidos que se escuchan en el pulmón seguramente sean
del cigarro”. “¿Seguramente?”, repetí en mi cabeza, “¿Chiflidos? Cagamos, es
verdad: me estoy muriendo”. Martín, que quién sabe por qué oscuro motivo estaba
dispuesto a arrojarme en el negro pozo de la ignominia frente a la doctora, me
acusó flagrantemente: “Está con fiebre desde ayer pero igual quería ir a trabajar”. La doctora
me miró nuevamente, como si yo fuera un caso digno de estudio o un demente o un
criminal de la peor calaña y me preguntó “¿Me dijiste que tu edad era…?”, así,
levantando el tonito de la frase en el final interrogativo. Yo no sé si era la fiebre,
pero creo que hasta vi los puntos suspensivos en el aire. Entre dientes,
rumiando el rencor, le dije “treinta y nueve”. Y la mujer se rió. Se rió. A ver:
se rió, así como te cuento. Para sumar escarnio, Martín me miró con cara de “te
lo dije” (y si pudiera levantar una ceja sola, lo hubiera hecho, pero no, así
que me puso cara sin ceja levantada, pero de lo más expresiva igual). La doctora, cuya verdadera vocación debía ser el stand-up, siguió adelante, divertidísima con sus alocadas ideas: “Claro, lo que vos querés es agarrarte
una buena neumonía. Es eso, ¿no? ¡Ah, qué lindo! ¡Muy lindo, sí!” y luego,
cambiando el tono dicharachero a voz de enterrador, continuó “A tu edad, si
hacés 38.5 de fiebre DOS días seguidos (el dos lo dijo en mayúsculas), te
quedás en la cama. No te vas a ningún lado, te quedás en la cama. Y más con
este clima”. “A tu edad”, ¿pueden creer? Así que mientras Martín bajaba a
abrirle a la doctora, yo envejecí unos 9 años más. Carajo. Me acosté, y como la
fiebre no cedió hasta el domingo de tarde, me quedé en la cama hasta el lunes,
de pura angustia. Y fiebre, tos y mocos, claro. Ya estoy mejor. Gracias.
Y al parecer, no solo te tenes que cuidar de esta virosis sino tambien DEJAR DE FUMAR ! No es imposible..
ResponderEliminarEstamos en eso! Gracias por leer.
ResponderEliminarQue bueno ! Así podemos disfrutar de este increíble escritor por años y años.
ResponderEliminarNo seas fatalista! No hay necesidad de tenerme años y años! Jajaja! Gracias!
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